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viernes, 22 de mayo de 2020

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lunes, 8 de julio de 2013



Herramienta web 13




Junio de 2013
ISSN  1852-4729

Entrevista con David Harvey 

Indignados (versione italiana) .- Antonino Infranca 


Franck Gaudichaud

Maria Orlanda Pinassi 




Fernando Matamoros Ponce

Fabio Mascaro Querido
  
El Siglo de Hobsbawm.- Enzo Traverso
Roberto Zurbano

Renán Vega Cantor



Revista Herramienta Nº 52

Marzo de 2013 - Año XVI
ISSN 1852-4710
 En memoria de Hugo Chávez 
Peter McLaren
 Dossier: Capitalismo, militarismo, guerras y violencia




Dossier: Pierre Bourdieu
Argentina
Edgardo Logiudice
Nuestra América
 Homenaje
 Homenaje a Rolando García.- José Antonio Castorina
Política y género
Sobre el libro de próxima aparición de Ediciones Herramienta
 Reseñas
Antonino Infranca


DEBATE


El Estado y la representación. 

Apuntes para el debate de la izquierda y la participación electoral


Autor(es): Logiudice, Edgardo

Logiudice, Edgardo. Abogado y ex-docente de Ciencias Políticas de la Universidad de Buenos Aires y co-autor -junto a Leandro Ferreyra y Mabel Thwaytes Rey- de Gramsci Mirando al Sur, Buenos Aires, K&ai, 1994. Integró el Colectivo editorial de DOXA. Es autor de numerosos artículos y ensayos en publicaciones de Francia, Italia y nuestro país, referidos a las problemáticas de la pobreza, la propiedad, el Estado, la representación y la crítica a la ideología. Autor de Agamben y el Estado de Excepción, Ediciones Herramienta, Buenos Aires, 2007. Integra el Consejo de redacción de Herramienta


¡Qué hacemos?

Me pregunto en primera persona del plural porque la participación en los comicios es una forma de acción colectiva. Y pregunto porque frente a ellos desde 1762 ronda la sombra de la sentencia de Rousseau: "El  pueblo inglés cree ser libre, y se engaña  mucho: no lo es sino durante la elección de los miembros del parlamento; desde el momentos en que éstos son elegidos, el pueblo ya es esclavo, no es nada"[1].

Algunos movimientos sociales y estudiantiles universitarios, que probablemente constituyan la mejor herencia de los procesos crítico-prácticos de la política fundada en lo que ha quedado de la otrora democracia representativa electoral, constituye lo que llamamos izquierda independiente. Abarca distintos espacios y diversos objetivos pero quizá un elemento característico sea la asunción de un carácter horizontal, anti-jerárquico, ideológicamente plural y proyectado en una tendencia autogestionaria y anti-capitalista.
Ello significó y significa una marcada toma de distancia con las instituciones clásicas de la política reducida al campo de lo estatal o del poder del Estado, del que se cuestiona fundamentalmente su título de representante del pueblo. De allí cierta repulsa a la intervención en la política partidaria y la participación electoral.
En los últimos tiempos algunos miembros de esos movimientos parecen considerar que existe un techo que agota las posibilidades de crecimiento, cierto aislamiento social y un peligro de enclaustramiento limitante para otros objetivos mayores. Todo eso en un panorama de fraccionamiento a veces localista, con superposición de esfuerzos y dificultades de coordinación.   
Desde ese parecer, no sin dudas, algunos partícipes de esos movimientos, quizá por experiencia exitosas en el campo universitario, pero no sin razones teóricas han planteado la necesidad de abrir el horizonte hacia alguna experiencia de participación electoral.
Herramienta, felizmente ligada a esos movimientos, de forma directa en algunos casos a través de miembros militantes de ellos, reflejó ese parecer en las dos últimas ediciones web.

Desde los años noventa vengo conjeturando sobre la probabilidad de desarrollos sociales auto-normados como aspecto necesario de una profunda transformación social al menos no capitalista. Procesos asentados en las estructuras que habitan los desposeídos y dominados proclives a la cooperación (léase las estructuras de la exclusión y la pobreza).
Desde esa perspectiva pretendo sobre todo sumar algunas reflexiones, más que analizar taxativamente los argumentos de Aldo Casas y Miguel Mazzeo, aunque ellos son los que suscitaron esta pretensión.
 Me parece que el hecho de que aflore esta problemática muestra ante todo que la pasión política felizmente no ha muerto. Porque si bien es cierto que la política, la gran política no se reduce a lo que gira alrededor de lo que entendemos por Estado -el campo político diría Bourdieu-,  ésta, la pequeña política existe y está comprendida por la otra.

No se la puede ignorar. Si el Estado, como decía Marx en La Ideología, es una ilusión de comunidad, esa ilusión no es ilusoria. Opera, es eficaz y efectiva, tanto o más que cualquier ilusión mítica, la nación por ejemplo, o religiosa.
Ignorarla nos puede hacer feliz un rato, como mirar los lirios del campo estando con hambre y desnudos. Por este lado vienen los peligros de cierto purismo tipo Holloway  que recuerda a Mateo[2].
Pero también puede significar la tentación del atajo frente a la dificultades, en una coyuntura en que ciertas incoherencias del discurso y de la acción del kirchnerismo y la impotencia de una oposición que nada opone hacen entrever alguna probabilidad para nuevas expresiones electorales. Por este lado, me parece, vienen los peligros del oportunismo.
Es una ecuación difícil de la que, creo, surgen todas las dudas y prevenciones que expresa Mazzeo. Ecuación que Casas salda con la legítima apelación a otra política.
En sus trabajos que, creo, funcionan como buenos disparadores para una discusión necesaria, los dos compañeros apuntan a lo que, a mi parecer es, sino la única al menos una privilegiada clave del asunto: el Estado.

Mi preocupación no gira tanto sobre una definición teórica sobre el Estado, se intente o no desde los textos clásicos del marxismo o desde una renovación de los mismos, sino sobre su funcionamiento actual. Ello naturalmente significa trascender lo que podríamos llamar el campo de lo político-estatal o político-institucional o político-jurídico, aunque todo ello tenga su lugar en el funcionamiento de la dominación social.
Es verdad que la intervención de sectores obreros y populares en la actividad estatal no arribó a una revolución que aboliera las relaciones de apropiación capitalista del trabajo, la explotación del hombre por el hombre. Pero me parece innegable que esa intervención efectiva o simbólica revolucionó muchas relaciones sociales de todo tipo.
Intervenciones, electorales o no, en una actividad estatal privilegiada no sólo por el monopolio de la violencia física nada desdeñable, sino, y quizá sobre todo, por su potencialidad ideológica, precisamente de ilusión de comunidad. Si se quiere, siguiendo a Bourdieu otra vez, el monopolio de la violencia simbólica.
Ilusión de comunidad en la que el papel relevante, creo, residió en la educación y el derecho, la ley, como factores de cohesión de las relaciones sociales. Disciplinamiento y territorio necesarios para el desenvolvimiento del capitalismo industrial
No es necesario reducir todo el universo de las relaciones sociales a la economía para señalar su lugar privilegiado, el que ilumina con su luz una época, diría Marx, de condicionamiento y determinación de ese universo: relaciones de familia, de género de organización del trabajo, expresiones culturales, científicas, religiosas, morales. Interindividuales y, por supuesto, políticas.

 El estado de los Estados.

Si admitimos cierta determinación y condicionamiento del campo económico sobe el campo político o, al menos, ciertos nexos fuertes entre la esfera de actividad económica y la esfera de actividad política, entonces podemos comenzar con un interrogante: si el capitalismo industrial ha cedido su hegemonía al capitalismo financiero ¿el papel del Estado sigue siendo el mismo?
Creo que aunque nos estemos refiriendo al Estado político moderno su papel no ha sido siempre el mismo. Desde las comunas italianas al Welfare State[3]. Y tampoco ha sido siempre igual su relación con el desarrollo de la economía ni, en particular, con el capitalismo y sus fases[4].

El Estado ¿es actualmente el lugar privilegiado de disputa de tensión entre clases y sectores como lo describía Marx?
La fragmentación de la clase obrera, el debilitamiento de la fracción industrial, el crecimiento de los servicios, la atomización generada por las múltiples formas de tercerización y la labor ideológica de la competencia interindividual, debilitaron el papel que algunas organizaciones tenían en aquellas disputas.
Las instituciones políticas, en particular los parlamentos reflejan ese estado, de allí que sea a veces muy difícil distinguir un partido de otro, para no hablar de los programas ya casi inexistentes. 

¿Juega la Ley, inseparable del Estado, hoy el mismo papel de disciplinamiento y educación?
Me parece difícil afirmarlo. En las grandes decisiones la ley ni siquiera cumple el papel de cohesión y coordinación entre los sectores dominantes. Allí no llega ya el poder del Estado. Se negocian normas para cada caso y su vigencia no pasa de allí. Ello explica la profusión legiferante y los continuos cambios de las leyes fundamentales.
El debilitamiento del monopolio de la fuerza que sostiene las leyes se hace ostensible en todos los aparatos de seguridad privada, la autonomía de órganos como la CIA, el FBI, entre los más conocidos, los ejércitos irregulares de las mafias narcotraficantes, por ejemplo.
Más que disciplinamiento para la producción, los estados parecen disciplinar la exclusión, entre otros medios a través del enclaustramiento o el asistencialismo con obligación de trabajo, es decir trabajo forzado, como señala Wacquant[5]

¿Es el Estado hoy el lugar de las tomas de decisión política, es decir que afectan las conductas de grandes masas?
Por el lado de lo que llamamos público los organismos supranacionales y supraestatales condicionan de hecho y de derecho la pretendida soberanía estatal. Conocemos al Banco Mundial, al FMI y a todos los organismos de Bruselas. Hace mucho tiempo que los estados vienen declinando la jurisdicción judicial, sobre todo en materia financiera.
Pero también por el lado que llamamos privado los acuerdos de los grandes grupos empresarios y financieros, a través de fusiones y absorciones, a través de las huelgas de capitales, del manejo de los futuros de la moneda, de las especulaciones bursátiles, erosionan permanentemente la mentada soberanía. Baste recordar que hizo Soros con la libra esterlina, nada menos[6].
Ello significa que todas esas decisiones son políticas y no están originadas en el Estado.

Es verdad que este Estado, reducido a su función fiscal de recaudador de los pagos de las deudas públicas y privadas de los no-excluidos, penal  de represión y asistencial de control de los excluidos, mantiene su carácter simbólico y a él se dirigen las demandas.
El carácter simbólico se sustenta en el discurso anfibológico, ambiguo, de prometer el interés común al tiempo que oculta su función de gestor del interés privado.
Las demandas no son sino el pedido del cumplimiento de la promesa comunitaria. Pero ese discurso se asienta en el mecanismo de la representación que otorga al Estado la ilusión de comunidad de hombres libres. En la modernidad el Estado refleja los anhelos y esperanzas de los dominados como la Iglesia los reflejaba en la Edad Media. Es la alienación política.
Es ese mecanismo que torturaba a Rousseau, pero ¿qué ha quedado de él cuando el Estado ya no es el lugar privilegiado de las decisiones políticas ni conserva el monopolio legítimo de la fuerza o la violencia simbólica? ¿qué queda cuándo la Ley, que aparecía como expresión de la voluntad general a través de los representantes, no sólo no puede ser garantizada, sino que ha perdido su carácter de norma general, es decir pública, para todos igual?

Por supuesto que las funciones todavía no se agotan. Lucen, junto a las que vemos  en algunos lugares las del vouyeurismo de Estado, la producción de la muerte, el traslado forzado de campesinos, los domicilios legales del lavado, en otros el papel de porteros sin librea para capitales chinos y norteamericanos (si es que se pueden distinguir). Pero es de suponer que no son esas funciones las que nos interesan.   

La representación.

La representación, como forma política nace con los estados modernos unificados con un centro de decisión. Este arbitrio es el medio que tienen los centros rurales para participar a pesar de las distancias espaciales. La representación es un medio y una mediación.
No lo es el voto, como no lo es en ninguna asamblea. El número sólo hace manifiesta directamente la cantidad de voluntades en algún sentido, como si el resultado conformara una voluntad común, que de esa manera se personifica. Este es un presupuesto de las democracias modernas.
Pero el arbitrio de la representación supone la existencia previa de una persona, la nación, el pueblo. La persona, que en la idea de la democracia directa del contractualismo[7] era un resultado, en la democracia representativa electoral, aparece como un presupuesto supuesto, una ilusión de comunidad.
Comunidad de individuos libres, es decir que manifiestan y, a través del sufragio, ejercen su voluntad, e iguales ya que cada individuos equivale a un voto.
El individuo libre e igual es el individuo que contrata, que intercambia, cuyo modelo es el comerciante en el mercado. La matriz mercantil soporta al individuo libre e igual. Y la matriz mercantil es la matriz del capitalismo. El supuesto del salario es la libertad y la igualdad en el mercado del trabajo.
La incorporación a la producción a través del salario genera individuos ideológicamente libres e iguales, ciudadanos modernos. Como tales demandan sufragar. La primer gran lucha política en la modernidad consolidada quizá haya sido el sufragio. El capitalismo industrial generó ciudadanos, a pesar suyo, para incluirlos como productores a través del salario. El ciudadano siervo[8].
Pero ciudadanos mediados por la representación, no fundada ahora en la distancia sino en la imposibilidad de la deliberación del gran número[9]. De la sociedad de masas originada en el capitalismo industrial.
La participación significó, significa, la aceptación del supuesto de la pertenencia común al Estado, es decir a la forma en que se organiza un mercado, sobre bases geográficas e históricas, como una unidad. El Estado es el garante de ese mercado a través del monopolio legitimado de la violencia, sea física o simbólica. Es decir del cumplimiento de los contratos, de los intercambios en que la producción se realiza como mercancía y, con ella, la ganancia.
Esta es la forma de legitimación por excelencia del Estado y de los gobiernos.

¿Qué sucede cuando el modo de apropiación del trabajo por medio del salario, el modo de producción capitalista industrial no es ya hegemónico?
¿Qué sucede con la ciudadanía, el Estado, la legitimación?
Para comenzar. La exclusión de grandes masas desposeídas a través de las migraciones genera no-ciudadanos, sin-papeles. No venden su fuerza de trabajo, no compran sus condiciones de vida, no votan.
El ciudadano no interesa como trabajador sino como cliente, como comprador. El lugar de nacimiento o la sangre fueron los presupuestos de la nacionalidad clásicos. La pertenencia a una nación como Estado. Desde hace tiempo para obtener la residencia -en Argentina en algún momento con migrantes asiáticos- fue necesario acreditar ya no la existencia de algún trabajo sino la tenencia de una suma de dinero. El dinero sirve para comprar. Ya en algunos países como España, México y Grecia, la compra de algún inmueble más o menos valioso otorga la residencia para obtener la nacionalidad. Para Estados Unidos la ciudadanía es una cuestión de mercado, los talentos de los inmigrantes son más baratos que los nacionales[10].
Estamos frente a algo así como el ciudadano-cliente que sustituye al ciudadano-siervo.
De este modo la nacionalidad como historia,  tradición, lengua, que es el presupuesto de pertenencia a una comunidad del Estado moderno, pierde su sustento ideológico. El Estado va perdiendo su ilusión de comunidad para transformar a sus habitantes en una clientela. Y la misma nación se convierte en una marca de mercado[11].
Con lo cual el Estado va perdiendo su carácter de persona trascendente a la que se atribuye una voluntad general o común. El Estado no aparece más que como una organización administrativa y los gobiernos como sus gerentes, sus gestores. Gestores de la acción del gobierno, ya no mandatarios del pueblo.
Con ello se diluye la representación como legitimación. La legitimación apunta para el lado de la eficacia y eficiencia en la gestión, parámetros puestos por el Banco Mundial como indicadores de gobernabilidad. Experiencia y halo de idoneidad son propuestos como capacidades de liderazgo antes que de representación.  De allí la preeminencia de los ejecutivos sobre los legislativos.

El distanciamiento de los llamados representantes de sus representados no es sólo la denominada  crisis de representatividad, sino que la representación no es ya legitimadora.
Si la representación significaba la mediación necesaria para la apariencia de democracia, su debilitamiento erosiona la credibilidad en la propia democracia. Decrece la participación electoral donde el voto ya no es obligatorio, pero aun también donde lo es[12].
La prescindibilidad de la representación como legitimación acentúa el carácter de la personalidad de los candidatos, sus atributos reales o imaginarios, su imagen. Lo que convierte a los candidatos en tránsfugas partidarios y a los partidos en simples empresas de publicidad.
El electorado pasa a ser así, sin la ilusión de la representación de sus intereses y demandas, el elector de una marca, de un logo. Una imagen, una evocación difusa que no alcanza a ser siquiera un mito de los orígenes. Cumpliendo la función aun necesaria del trámite jurídico electoral, allí donde no ha sido suplido por un mero concurso[13].

El voto, sin la mediación ideológica de la representación, queda reducido a su simple función numérica, como una abstracción.
La mediación de la representación es lo que da sentido al sintagma democracia-representativa-electoral,  su sentido legitimador del Estado-nación como unidad ideal de los nacionales. Su deterioro ha desarticulado sus términos. Por ello es que el discurso democrático apela sólo al número y el número parece legitimar cualquier decisión.

La representación legitimaba la Ley como expresión de la voluntad general y la Ley, el derecho, no sólo cohesionaba el mercado como ideología orgánica del sistema, sino además, como lo sostuvo Bourdieu, tenía un papel pedagógico, educativo, formador de conductas , en otras palabras normativo. De normatividad heterónoma y, en virtud de la representación, con apariencia autónoma.
Erosionadas la Ley, el Estado y la representación, la función educativa-normativa la cumple la publicidad. La ideología no se juega tanto hoy en la ley y el sistema educativo como en los medios. Como generadores de normas de conductas, también heterónomas y con apariencia de autónomas.  La fidelización no sólo a una marca, a un logo, sino a un líder que funciona como marca o logo, portador de saberes de gestión eficaces[14].  

Estas transformaciones no responden directamente a la hegemonía del capital financiero sobre el industrial. La sustitución del paradigma productivo ha cedido a la del paradigma del consumo. Porque, me parece, que es hoy a través del consumo - de los que pueden consumir - que se efectúa la apropiación del trabajo ajeno. Vale decir, a través de la deuda que el consumo genera[15].  Y el consumo, real o virtual, es la base de sustentación de toda la ingeniería  financiera. Y los Estados no pueden ya, funcionar tampoco sin deudas.

Creo que este es el terreno que estamos pisando. 

Panorama desde abajo.

El  mismo hecho de que la política se genere por fuera del Estado desde los sectores dominantes nos revela que es probable también generarla desde los sectores dominados. Pero me parece que esto depende de las relaciones de fuerza.

Reconocer la presencia del Estado y la permanencia de su discurso representativo obliga a seguir dirigiendo a él las demandas. Pero una cosa es dirigir las demandas y otra cosa participar en sus mecanismos como probables representantes en una función casi perimida.
Podría argüirse que sufragar es también participar en la maquinaria. Sin embargo el sufragio universal e igualitario es un derecho conquistado (desvirtuado por la representación) necesario aun para tomar una decisión democrática en un colectivo, aun para delegar funciones revocables.
De todos modos también la participación o abstención creo que está sujeta a las relaciones de fuerza. Es decir a la coyuntura.

Digo coyuntura y relaciones de fuerza porque ante la probabilidad de alguna intervención mínimamente eficaz, a través de lo subsistente de la democracia representativa electoral, no me parece suficiente dictaminar un código de normas precautorias de comportamiento.

Porque creo que en última instancia, si es otro el lugar de acumulación o como se quiera llamar en el hacer contra-hegemónico, allí sería donde parece conveniente insistir. Quizá revisando objetivos, quizá puliendo los localismos y sectorización. Tanto sea como para participar en un eventual acto electoral o no, pero como una fuerte fuerza social.
Las decisiones audaces y valerosas del tipo de la de Lenin ante la coyuntura creo que son para otros tiempos y, como dijo Gramsci, en un lugar donde el Estado era todo.

Hemos buscado jugar la hegemonía en los aparatos ideológicos del Estado ¿dónde están ahora, cuando los Estados declinan la educación cercenando presupuestos?
Si la hegemonía no se juega ya en el campo de la Ley sino en el campo de la publicidad, la difusión, la comunicación, la información, ya que tanto hablamos de discursos y subjetividades ¿no es posible meter fuerza allí como factor de cohesión para generar la fuerza necesaria? 
Me parece que nadie está dispuesto a creer que existe una nueva fuerza con nuevas formas si no se demuestra antes.
Es verdad que hay medios alternativos, creo que no alcanzan para difundir la cantidad  y calidad de luchas e iniciativas que existen. En mi opinión son muy insuficientes. ¿Se lograría más con un eventual concejal en la legislatura?
Creatividad creo que hay de sobra, faltan medios ¿es más barato pagar una campaña electoral?

Es verdad que los actores han cambiado, que se han dormido y debilitado los que eran combativos e imprescindibles con el modo de producción fordista y se han despertado algunos que parecían dormidos y aparecido otros nuevos. Me parece que, por eso precisamente, invocar una mística nacional y popular y su soberanía, para aglutinar la fuerza de un nuevo sujeto, es envolver un fenómeno complejo en una personificación pretendidamente trascendente. Apostar a algo ya asimilado por el marketing de la revolución conservadora. Tan abstracto y genérico como las multitudes de Negri.
Porque si lo que dije antes respecto al Estado y la representación tiene cierta cordura la pregunta es ¿qué queremos decir con nacional o con popular?

Creo que nuestro problema sigue siendo el de las generalidades. De ellas no se escapa buscando un sujeto aunque se lo conciba múltiple y diverso.
Marx concibió como sujeto revolucionario a la clase obrera y no se equivocó, aunque la revolución social terminara gatopardista, pasiva, tanto en el Este como en el Oeste. Pero concibió ese sujeto en el mecanismo de las contradicciones del capitalismo industrial, cuyo eje fue la producción. De allí el paradigma productivista.
Pero me parece que hoy el paradigma es el consumo. El consumo como pivote de la renta financiera. Basta leer los informes de la FAO: la crisis alimentaria como parte del negocio de los commodities agrícolas y no al revés[16].

Puede ser que esté completamente equivocado, pero los dos grandes problemas actuales y globales son hoy el hambre y la destrucción del planeta. La clave de ambos está en el consumo y ambos están directamente vinculados.
El hambre y la destrucción del planeta tiene que ver con la soja, con el maíz y el trigo. Cosas que se consumen. La soja, la colza y el maíz tienen que ver con los biocombustibles y éstos con los automóviles, que se usan. Uso y consumo son el final de la cadena. Pienso que es necesario indagar sobre ello, sobre la forma en que los movimientos se relacionan con ello. De qué modo aparecen en sus demandas y reivindicaciones. Porque si no estoy completamente errado ellos son, o podrían ser, un hilo unificador.
No es para banalizar, sino para pensar. El detonante de Taksim fue el uso de un espacio, otro fue el de las restricciones al consumo de alcohol. Es verdad que Solano no es Taksim, ni la Puerta del Sol es González Catán. Pero, a pesar de un origen histórico distinto, me parece que deberíamos indagar qué es lo que tienen de común. Quizá por allí encontremos los usos y consumos.
Los usos, el consumo es un uso que agota la cosa. Un uso: uso del software libre, uso de la tierra, uso de la ciudad, uso de la semilla, uso del cuerpo, uso del transporte, de la televisión, de la escuela. Uso del dinero.  Donde miremos, Brasil, España, Grecia, Turquía, Chile, Nueva York, Formosa y Neuquén.  
Las indignaciones no son arbitrarias ni producto de un espíritu santo de rebelión innato. Las libertades son siempre concretas, la esencia del hombre queda para la teología. Como dijo Bloch en algún reportaje, para no desilusionarse no hay que ilusionarse, soñar pero con los ojos abiertos. Porque no ignoro que la indignación tiene un fuerte tono ético, ético-político, como suele recalcar el italiano Giuseppe Prestipino. La desigualdad creciente, la corrupción, la humillación, las frustraciones. El valor de la solidaridad y la cooperación, el altruismo. Lugares en que se funda la esperanza.
La esperanza es algo más que una virtud teologal, pero no garantiza ningún milagro.
Coyuntura no es un término ajeno a relaciones de fuerza. La fuerza no reside en las prefiguraciones teleológicas que sólo señalan caminos probables, lógicamente probables.
La hegemonía se construye desde los lugares probables.

Nadie tiene derecho a decirle a los movimientos sociales que es lo que tienen que hacer. Pero un deber de quienes tienen mayor acceso a la información es difundir lo que conocen y opinar. Esto también quizá sea militancia de socialización. Y no se trata de la arrogancia del ilustrado sino de quien comparte lo que tiene, algún conocimiento que otro no pudo tener para que éste lo aproveche y haga con él lo que le parezca. No vanguardia sino retaguardia, reserva.
Pero es al menos probable que esa información sea un punto que ayude a unificar los esfuerzos dispersos si se aprecia la conexión de los distintos problemas. No hace falta bajar consignas, surgirían de abajo. Y las consignas cohesionan y movilizan. Constituyen una fuerza, una fuerza social. De allí resultará el sujeto, no de nuestra cabeza, no de las generalidades nacionales y populares, ni del mito de la clase trabajadora, homogénea y uniforme y predestinada. Me parece.

Por supuesto que esto que vengo diciendo no es más que un esquema en forma de conjetura. No se me escapa que hay fenómenos sociales, culturales, religiosos y políticos que no pueden ser resueltos directamente por este esquema. Pero creo que no es arbitrario como punto de vista para apreciar las transformaciones de los mecanismos político-institucionales  de dominación. Sobre todo a la hora de decidir colectivamente conductas... colectivas. Porque acá estamos hablando de elecciones.

junio 2013. 


[1] ROUSSEAU, Jean-Jacques. El contrato social. Buenos Aires, 1965, Aguilar, pág. 176.
[2] 6:26 Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. 6:28 Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; 6:31 No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? 6:32 Porque los gentiles buscan todas estas cosas
[3] Sobre los antecedentes del Estado moderno en las comunas italianas en el siglo XIII, BIDET, Jacques, L´État-monde. París, 2011, PUF, Pág. 192 y ss..
[4] Harvey señala, por ejemplo, que el nexo  Estado-finanzas se remonta a fines de la Edad Media, pero es desde la década de los setenta  que ha sufrido renovaciones radicales. HARVEY, David, El enigma del capital y las crisis del capitalismo. Madrid, 2012, Akal, págs. 47, 77.
[5]WACQUANT, Loïc, Las dos caras de un gueto. Buenos Aires, 2010, Siglo veintiuno.
Forjando el Estado Neoliberal, Workfare, Prisionfare e Inseguridad social. Prohistoriaversión On-line ISSN 1851- 9504, vol.16  Rosario jul./dic. 2011.http://www.scielo.org.ar/scielo.php?pid=S1851-95042011000200006&script=sci_arttext
[6] Le bastaron 10.000 millones de dólares al Quantum Fund de Soros para hacer devaluar la Libra un 15% en un sólo día, el 16 de setiembre de 1992. En 2012 las reservas del Banco Central de la República Oriental del Uruguay alcanzaron los 11.000 millones de dólares.
[7] Los que establecen el pacto que crea el cuerpo político.
[8] Las revoluciones burguesas generaron "un modo de explotación diferente que permitía considerar propietario al explotado (pues algo tenía que vender)". CAPELLA, Juan Ramón. Los ciudadanos siervos. Madrid, 1993. Trotta, pág. 137.
[9] "No se puede imaginar que el pueblo permanezca continuamente reunido en asamblea para vacar los asuntos públicos...". ROUSSEAU, J.J., Op.cit. pág. 136.
[10] El gobierno de Obama también busca atraer talentos otorgando visas a inversionistas extranjeros que buscan iniciar un negocio, en especial a graduados extranjeros de las áreas de matemáticas y ciencia, a los que se les permitiría quedarse en Estados Unidos luego de su graduación en vez de que lleven sus conocimientos a otros países. CNN, México. http://mexico.cnn.com/mundo/2013/01/29/barack-obama-urge-aprobar-una-reforma-del-sistema-de-inmigracion-en-eu
[11] España está en una campaña llamada Marca España. Trata de imponer el jamón ibérico y otros productos. El rey Juan Carlos, de la dinastía borbónica sale de gira para venderla. 
[12] En las últimas elecciones italianas, con participación obligatoria, en Roma votó sólo el 45% del electorado. En América Latina la regla, aunque bastante lábil, es la obligatoriedad del voto. En Colombia, Guatemala, México y El Salvador el abstencionismo es desde un 30% a un 56%.   
[13] La preeminencia de los Ejecutivos sobre el Parlamento está reforzada por un movimiento de separación de la política de la administración. De este modo se crea la figura del Alto Directivo Público. Tiene su origen en Nueva Zelandia y funciona allí y en Australia. Se trata de la selección por concursos de funcionarios de nivel ministerial, como si sus decisiones no fuesen políticas. En América Latina ha sido adoptado por Chile y en Uruguay fue propuesto por Tabaré. Para otros niveles de decisión ha sido adoptado por algunos países de la OCDE. En Nueva Zelandia ni siquiera es necesaria la nacionalidad para ocupar el cargo. Su gestión es libre, es decir no sujeta a decisiones políticas, como el mandato libre de los representantes pero sin representación. No existen restricciones para ser reclutados entre los gerentes de empresas. 
[14] Respecto al carácter normativo de la publicidad permítaseme remitir a La publicidad como normatividad dominante. Aspectos epistémicos y estructurales. Fe religiosa y fe profana. LOGIUDICE, E. Revista Mientras Tanto, España. http://mientrastanto.org/boletin-96/ensayo/la-publicidad-como-normatividad-dominante
[15] Remito nuevamente a El marxismo y el consumo. El consumo ¿es una nueva forma de apropiación del trabajo ajeno?. En Herramienta web n° 10.http://www.herramienta.com.ar/herramienta-web-10/el-marxismo-y-el-consumo
[16] Véase Perspectivas agrícolas OCDE-FAO 2013-2022, Beijing, 6/6/13 en http://www.fao.org/news/story/es/item/177475/icode/
·         Opinión

La izquierda independiente argentina frente al desafío electoral


Autor(es): Mazzeo, Miguel

 Es docente en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en la Universidad de Lanús (UNLa). Participa en espacios de formación de distintas organizaciones populares y en diversas Cátedras Libres en Buenos Aires y en el interior del país. Fue Coordinador Nacional de la Cátedra Libre Universidad y Movimientos Sociales en la Universidad de La Plata (UNLP) en 2005 y de la Cátedra Abierta América Latina en la Universidad de Mar del Plata (UNMdP) en 2006 y en 2010. Autor de numerosos libros entre los que se destacan: ¿Qué (no) hacer? (Antropofagia, 2005); El Sueño de Una cosa (El Colectivo, 2007; Fundación Editorial el perro y la rana-Venezuela-, 2007); Invitación al descubrimiento, José Carlos Mariátegui y el Socialismo de Nuestra América (El Colectivo, 2008; Minerva-Lima-, 2008); Poder popular y nación (Herramienta ediciones-El Colectivo, 2011); Conjurar a Babel (Dialektik-El Colectivo, 2012). Es militante del Frente Popular Darío Santillán Corriente Nacional (FPDS CN).
**Mazzeo, Miguel.

 “Solo cuando el hombre real, individual, reabsorba en sí mismo al abstracto ciudadano y, como hombre individual, ‘exista al nivel de la especie’ en su vida empírica, en su trabajo individual, en sus relaciones individuales; sólo cuando, habiendo reconocido y organizado sus ‘fuerzas propias’ como ‘fuerzas sociales’, ya no se separe de sí la fuerza social en forma defuerza ‘política’, sólo entonces, se habrá cumplido la verdadera emancipación humana…”
Karl Marx, La cuestión judía (1843)

“Frente a la vieja sociedad, con sus miserias económicas y su delirio político, está surgiendo una sociedad nueva.” Karl Marx, Primer manifiesto de la Internacional sobre la Guerra Franco prusiana (1870)

Introducción
Sectores de la denominada izquierda independiente de Argentina, surgida al calor de las luchas populares de los años de la mudanza del siglo y el milenio, porciones del espacio político-identitario que es hijo dilecto de la rebelión popular de 2001, han asumido recientemente la necesidad de incursionar en el terreno electoral. Enhorabuena. La lucha por cambiar el mundo es integral. No se puede renunciar a priori a ningún espacio de confrontación, de activación y de proyección política, de validación de proyectos de cambio social, mucho menos invocando ataduras o repulsas dogmáticas, y apelando a principismos huecos e infundados (como, por ejemplo, la postura que ve en la acción política una desviación del camino de la emancipación, camino en el que sólo considera a la lucha económica y social), o asumiendo la clave del “todo o nada”, que, por lo general, alienta el sectarismo y/o la pasividad.
El reconocimiento por parte de Carlos Marx de la importancia de la lucha política hizo que Mijail Bakunin (entre otros anarquistas) lo calificara de oportunista, moderado y portavoz de la pequeña burguesía (o de la “aristocracia obrera”) de los países más desarrollados de Europa. La postura antipolítica de Bakunin se expresó en sectarismo doctrinario e ideológico y también en un sectarismo corporativo que planteaba el alejamiento de la lucha política como una forma de preservarse de sus contaminaciones. Pero el sectarismo nunca es garante de nada bueno. Existen infinidad de experiencias históricas en las que la indiferencia o el repudio a la política condujeron al inmoralismo absoluto respecto de los medios de lucha o a la apelación al Estado y al gobierno burgués.

Creemos fehacientemente que un proyecto de transformación radical de la sociedad, un proyecto anticapitalista, debe asumir el momento del poder estatal en todas sus dimensiones. No está de más recordar que la noción de hegemonía (o de contra-hegemonía), presente en casi todas las formulaciones de la izquierda independiente, posee implicancias estatales. Podríamos decir: posee “consecuencias estatales”, por lo menos intermedias.
Esta izquierda independiente, que ha sabido desarrollar infinidad de prácticas territoriales, sociales, culturales, pedagógicas, comunicacionales, etcétera, estima (algunos de los grupos y organizaciones que la componen) que ya es tiempo de realizar una experiencia electoral. Considera que la participación electoral puede contribuir a proyectar sus praxis, sus ideas, sus proyectos. Abriga la certeza de que esta participación podrá ampliar el campo de sus interlocutores.
Aunque resulte una trivialidad, no se puede dejar de recordar que se trata de incursionar en un espacio ajeno, hostil y vacío de contenidos emancipatorios, en un escenario preparado para la lucha intrasistémica, para la sustitución del pueblo, para la separación entre dirigentes y dirigidos, para la autopromoción individual y egocéntrica. Para no ahondar en una descripción obvia, digamos que se trata de un espacio donde, respecto del sujeto del poder, priman las tendencias elitistas por sobre las colectivistas; y, respecto del objeto del poder, predominan las tendencias a la concentración (por parte del Estado o de las corporaciones más poderosas) de un conjunto extenso de funciones enajenadas a la sociedad civil popular[1]. Sumémosle unos principios estrechos, una lógica utilitaria y una moral errónea, vana y superficial. Sin dudas, se trata de un espacio que alienta las componendas con el poder instituido y las abdicaciones.
Entonces, el desafío es aportar, desde ese campo vertical e impropio, al despliegue de las praxis antisistémicas y a la consolidación de los órganos idóneos para la realización de las aspiraciones colectivas, lo que exige poner en tensión ese mismo campo, eludir sus trampas, conmocionarlo, desbordarlo, desestructurarlo como lugar de concentración de poder, transformarlo cualitativamente, quebrar su unilateralidad, darle otros sentidos. Sentidos que redefinan sus posibilidades y sus códigos. Sentidos que no presenten al Estado como la única fuente de racionalidad y de construcción de la sociedad. Sentidos desconcentradores y descorporativizantes.
La tarea es compleja, pero no por eso menos necesaria. En el contexto de una guerra de posiciones, se torna necesario intervenir en “el arriba”, para avanzar en la consolidación de los movimientos sociales anticapitalistas y en la construcción del socialismo desde abajo. Se trata de desarrollar formas de poder constituido no invasivas de los espacios y los tiempos autónomos, formas que estimulen las prácticas constituyentes. Se trata de crear un círculo virtuoso –seguramente no exento de conflictos y tensiones– entre estos dos planos.
En última instancia se trata de hacer posible un maridaje fructífero entre el utopismo y el realismo revolucionarios, entre la tesis –marxista, libertaria– de la extinción del Estado y el reconocimiento de la complejidad y autonomía (relativa) de la esfera política.
Por donde se lo mire el experimento es riesgoso.
Existe el peligro de confundir “la política” con algunas de sus expresiones más estrechas y limitantes, verbigracia: las instituciones burguesas clásicas, la representatividad y la delegación, en fin: la democracia liberal como forma políticamente dominante y como dogma hegemónico. Por cierto, creemos que se trata de las expresiones menos adecuadas para plantearse una tarea de redefinición del quehacer político en términos emancipatorios.
Existe el peligro de caer en el formalismo burgués que limita la dialéctica social a los conflictos de opiniones de la esfera pública, en el convencionalismo que impone máscaras, personalidades apócrifas y situaciones ambiguas. Claro que también hay que tener presente los riesgos que presentan las praxis que buscan reabsorber la esfera política en la actividad social (praxis que no resultan ajenas al marxismo y otras corrientes libertarias), riesgos que pueden sintetizarse en dos tendencias negativas: el economicismo y la antipolítica.
El experimento puede desdibujar los perfiles libertarios de la izquierda independiente, afectar el desarrollo de su identidad crítico-revolucionaria, promover el sustitucionismo y una agenda ajena a los intereses de las clases subalternas y oprimidas. Puede hacer que la izquierda independiente quede por debajo de su actual punto de partida, de sus elementos identitarios más distintivos y potentes, por ejemplo:
·          Su concepción de la política como gestación y parto y no como gestión de lo dado. Podría decirse: una idea “seminal” de la política. Una idea en donde la mística, la comunicación, la confianza pesan más que los formalismos (las normas, los procedimientos y los sistemas de control); exceptuando aquellos formalismos que constituyen lo que puede denominarse la “dimensión procedimental” de la utopía de la izquierda por venir.
·          Su concepción de la política como apuesta que se inscribe en términos de deseo y confianza en los y las de abajo, y que, por consiguiente, reemplaza la idea de “progreso” (típica de la izquierda dogmática), del etapismo y el evolucionismo, por el optimismo revolucionario.
·          La idea de experimentación, una idea absolutamente consustancial a la de apuesta, que le ha servido y le sirve, al decir de Pierre Rosanvallón, para “superar de forma concreta la alternativa reforma o revolución” y “para pensar la transformación social como un proceso en el que se articulan las contradicciones propias del sistema y los acontecimientos productores de cambio”. La experimentación, según Rosanvallón “permite una dialéctica fructífera entre la acción colectiva consciente y el desarrollo de las contradicciones de la sociedad. Resuelve el dilema de la integración reformista para hoy o la ruptura revolucionaria para mañana”[2]. Partiendo de la estrategia de la experimentación, la izquierda independiente dio los primeros pasos, no sólo para superar las limitaciones de la izquierda dogmática, sino para exceder los confines de la micro-política y del socialismo en un sólo barrio.
·          La idea de la autonomía, la reivindicación de los vínculos comunitarios y de toda praxis tendiente a conservarlos o construirlos. La autonomía en sus múltiples sentidos[3]: como “forma de hacer política” heterárquica, horizontal, basada en el cuestionamiento radical de toda forma de poder y dominación y en el protagonismo popular, como el poder de la clase para sí, y, también, como el despliegue de una “ciudadanía autónoma” llamada a desbordar constantemente los contornos de la democracia formal, opuesta a la “ciudadanía heterónoma” siempre funcional al clientelismo, al corporativismo y a la pasividad y la alienación de las clases subalternas y oprimidas. También como ruptura con los valores de las clases dominantes (autonomía ideológica). La autonomía como “diversidad, potencia y posibilidad”, como praxis que asume las luchas y reivindicaciones de un sujeto plebeyo-popular extenso y variado y sus prácticas descolonizadoras, y que reconoce la capacidad autogestiva de los y las de abajo, del trabajo frente al capital, (autogestión). La autonomía como “prefiguración”, es decir como opción estratégica por las construcciones, las luchas, las relaciones sociales y el pensamiento que anticipan en el presente la sociedad futura. Finalmente, la autonomía como “horizonte emancipatorio”, como un fin (y un medio al mismo tiempo).
Apuesta, experimentación, y autonomía, constituyen tres ideas-fuerza de la izquierda independiente. Ideas-fuerza en las que se fundan sus esbozos sobre el cambio social, el poder popular (como dinámica que cuestiona la legitimidad del poder constituido), la transición a un sistema poscapitalista y la nación popular democrática[4]. La izquierda independiente, la nueva-nueva izquierda, se descubrió a sí misma –mezclada con la tierra de los barrios, principalmente en las periferias urbanas– al aceptar estas ideas-fuerza. Ellas funcionaron como claves orientadoras en la tarea de reconstruir la autoestima individual y colectiva. Ellas inyectaron altas dosis de mística y fervor militante. Ellas le impusieron una prospectiva singular que la diferenció y la diferencia de la izquierda dogmática y del progresismo reformista. Aceptación que no estuvo exenta de renunciamientos. En efecto, el activismo con más experiencia e historia militante (larga o corta), debió dejar de lado algunos prejuicios, abandonar algunas ideas particulares.
Sus históricas inclinaciones a favor de la politización de los modos de vida y de las diferencias culturales y sociales, a favor de la construcción de ámbitos de “eticidad inmediata”, sin las mediaciones típicas de la modernidad, el liberalismo, etcétera, sin las mediaciones de estructuras históricamente frustradas (como, por ejemplo, el partido político en su formato “clásico”).
Sus tendencias a disputar el mando del Estado a partir de la creación de espacios autogobernados y de acciones constituyentes protagonizadas por las clases subalternas y oprimidas. Estas tendencias, muchas veces espontáneas, fueron y son la expresión de un sentir genuinamente popular decodificado por aquellas franjas del activismo de base más predispuestas a una apertura a la comunidad. Creemos que estas tendencias responden al orden del “movimiento real”, por lo tanto no fueron, no son, una imposición de activistas hiperideologizados o de elites con ansias administrativas. No deben confundirse con síntesis intelectuales y extrínsecas[5]. Se trata de certezas “desde abajo”, de códigos plebeyos basados en el reconocimiento de las capacidades resistentes y autogestionarias del pueblo.
Su concepción de la política como un “realismo democrático”, es decir, su praxis orientada a la creación permanente de instancias concretas de poder popular y de condiciones para el desarrollo del poder popular (y de “redes de poder popular”).
Su rechazo a las visiones verticales e iluministas de la política y a toda forma de “socialismo desde arriba”. Su refutación del prejuicio que establece que el pueblo sólo podrá ser favorecido por la “virtud” de alguna elite o vanguardia experta en dirigir y gobernar.
No se trata de recuperar la pureza emancipatoria perdida, sino de buscar certezas emancipatorias nuevas (y seguramente transitorias). No sirve aquí reconvocar, al modo de la izquierda dogmática, ninguna “fuerza intrínseca”. No caben los esencialismos y las vocaciones totalizantes. Se trata de agitar la dialéctica con nuevos términos para que no se muera de frío en un rincón oscuro. Se trata de no abjurar de los anchurosos cauces abiertos y de los horizontes nuevos vislumbrados. Pero para eso la izquierda independiente (la nueva-nueva izquierda, la izquierda por venir o como prefiera llamársela) deberá persistir en sus costados más auténticos para no mellar su filo revolucionario, para no iniciar un devenir que la desnaturalice y la desfigura hasta hacerla irreconocible, deberá persistir en los costados exactos que la distinguen del nacional-populismo y del posmarxismo que saben asumir horizontes antiimperialistas y socialistas al tiempo que mantienen una relación ambigua respecto del imperialismo (sobre todo respecto de los formatos neo-coloniales de la dominación) y el sistema capitalista.
El experimento electoral (más concretamente: el fetichismo electoralista), puede hacer que la izquierda independiente quede reducida a una alternativa más en el abanico de las nuevas gobernabilidades. Eventualidad que, seguramente, terminará consolidando reformismos y progresismos prosistémicos, que no modificarán sustancialmente las relaciones de fuerza en la sociedad y que consolidarán el capitalismo; o terminará favoreciendo un retorno al dogmatismo de la vieja izquierda. Una izquierda, está última, tan rígidamente estructurada, tan “organizativa”, tan ejecutiva, que no crea ni piensa nada nuevo, porque vive –sin atisbo de incertidumbre y angustia– en la convicción de que ya está todo descubierto, pensado y tipificado en materia emancipatoria.
Esta convicción, esta ausencia de discernimiento rayana en la perversión, la inhiben para una sincera apertura a las clases subalternas y oprimidas.
Ya existen diversas izquierdas institucionales, electoralistas, más o menos testimoniales, todas ellas domesticadas de una u otra manera. Izquierdas –incluyendo las que habitan el ancho y variable mundo del “progresismo”– para las cuales lo electoral se convierte en el eje de su actividad a partir de una fuga de las tareas prácticas y teóricas que este tiempo les exige. Esta “fuga de la praxis”, este distanciamiento de la función crítico-revolucionaria, se explica por su incapacidad política, social, cultural y afectiva para encarar esas tareas, por la seducción que ejercen los formatos espectaculares y mediáticos y/o “racionales” y tecnocráticos, por las limitaciones teóricas que le impiden superar los estadios más básicos de la conciencia burguesa, por la comodidad militante que ofrecen tanto el dogmatismo como los terrenos apologéticos de lo “existente”, lo “usual” y lo “políticamente correcto”. Lo electoral, cuando es el corolario de la fuga de la praxis se parece demasiado al intento de convertir la impotencia en virtud.
Pero el experimento, bien llevado, sin falsas expectativas, con la conciencia histórica y con la energía revolucionaria que pugna por actuar en todos los frentes, también puede contribuir a la masificación de la izquierda independiente, a consolidar su constitución como nueva-nueva izquierda, como espacio crítico y transformador, fundamentalmente puede contribuir a alejarla de la tentación del ghetto y a consolidarla como alternativa real de poder, puede ayudar a aumentar su visibilidad.
Salvando el caso de las agrupaciones universitarias, sometidas a una gimnasia electoral año tras año y sin ahorro de formalismos y de folklore, la izquierda independiente no ha desarrollado experiencias en este campo. Pero es evidente que un municipio, una provincia, o el mismísimo plano nacional, distan de ser un centro de estudiantes o una federación universitaria. No hace falta recordar que el poder decisorio que circula por estos espacios es escaso, marginal y terriblemente acotado. Por otro lado, en líneas generales, la política universitaria, reproduce en buena medida las lógicas más características de la democracia representativa/delegativa[6]. Posiblemente no sea la política universitaria la mejor escuela para realizar aprendizajes sustantivos en función de lo radicalmente nuevo y lo disruptivo en materia institucional. Este señalamiento va más allá de los aportes que la izquierda independiente realizó a distintos espacios de la sociedad civil popular desde los espacios institucionales (estudiantiles, universitarios) que condujo y conduce.
¿Cómo plantear una disputa electoral sin ser fagocitados por las lógicas del sistema, sin identificarse con las estructuras del poder, conservando los perfiles plebeyos y utópicos, conservando la cualidad que ha diferenciado a la militancia de la izquierda independiente?
¿Cómo plantear una disputa electoral que siga pensando y practicando la política como “gran política” –como política emancipatoria, como praxis crítica-social revolucionaria– y no como “pequeña política” –como gestión del ciclo o como administración relativamente progresista de lo establecido–?
¿Cómo garantizar formatos de “representación institucional” cuya función sea aportar recursos para la auto-organización, la auto-educación y el auto-gobierno de los y las de abajo, insertando la conciencia en la vida cotidiana y (viceversa) y no sustituyendo a las organizaciones populares?
¿Cómo garantizar lenguajes y estéticas que se diferencien de los lenguajes tibios y monocordes, de las estéticas populistas, reformistas, liberales y tecnocráticas y eficientistas, en fin, de todas las retóricas frívolas y las figuras del poder dominante?
¿Cómo ser festivos, místicos, iconoclastas y creativos en este campo?
¿Cómo eludir la espectacularidad, la burocratización, el pragmatismo desprovisto de ética y las seguridades permitidas por lo obvio?
¿Cómo eludir el aislamiento de los hechos particulares, la estrategia que los desarticula de los contextos más generales de carácter histórico o estructural?
¿Cómo combatir –desde un ámbito por naturaleza encubridor– todas las mistificaciones que muestran a la política como una actividad de elites, de expertos, etc., mistificaciones que no tienen otro fin que el de hacer invisible el mando burgués?
¿Cómo nutrir la pasión militante sin caer en alienaciones de secta blindada o en el culto a los fetiches del liberalismo?
Sobre todo: ¿Como no malograr en una campaña electoral o desde una función pública-legislativa unas experiencias caracterizadas por su capacidad de invención social, política y cultural y por señalar nuevos trayectos anticapitalistas?
Posiblemente las preguntas más abarcativas deberían ser las siguientes: ¿cómo resignificar la idea de representación? ¿Cómo redefinir la democracia y cómo reapropiarnos de una “gran política” desde abajo? ¿Qué papel puede jugar la democracia formal y delegativa en el marco de esta tarea?
Como contribución a un debate que recién da sus primeros pasos, van estas tesis casi desesperadas, muy urgentes, muy generales y poco masticadas, a guisa de preámbulo para un debate más extenso y profundo. Recurrimos a un discurso normativo (del orden del “deber ser”) y al género de las tesis (que presentamos un tanto simplificadas). También exageramos un poco, con el sólo fin de alentar la discusión y el intercambio.

I
La concepción de la transición hacia un sistema poscapitalista, usualmente definido como socialista, que en forma espontánea, despareja e intermitente, ha venido elaborando la izquierda independiente, parte de considerar la posibilidad de que el proceso revolucionario surja de las entrañas mismas de la sociedad capitalista.
Según Karl Marx y Friedich Engels, la transición al socialismo es el proceso que va entre la conquista del poder y la pérdida del carácter político de ese poder. En general, el marxismo ha tendido a pensar la transición centrándose en el pasaje de un sistema social a otro, a partir del estallido de la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. La necesidad histórica del pasaje de un sistema a otro se concibe como “objetiva”. Pero… ¿el tránsito del capitalismo al socialismo, responde exclusivamente a una racionalidad objetiva? ¿No depende acaso del deseo, la voluntad y los intereses de los seres humanos? La izquierda independiente supo destacar la importancia de la praxis, de los proyectos, de los sueños y convocó a pensar la transición como un proceso histórico intencional consciente.
La izquierda independiente ha planteado la posibilidad de poner en marcha embriones de sociedad alternativa en un contexto de subsistencia del sistema capitalista. Esto es, no cree posible pensar-realizar ese cambio desde lugares externos e ideales. De ahí la importancia que le asigna a las luchas prefigurativas. Así, las transformaciones que van de los aspectos materiales a los super-estructurales deben anteceder a la revolución política, son su condición. La transición al socialismo comienza hoy.
Para la izquierda independiente, estas certezas no niegan en absoluto la posibilidad de que un “gobierno popular” favorezca el proceso de transformaciones. Todo lo contrario. Pero está claro que ese gobierno no puede ser el agente exclusivo del proceso revolucionario, sino un actor más, incluso un actor secundario.
La transición al socialismo aparece entonces para la izquierda independiente como un largo proceso que no puede comenzar con la “toma” o “conquista” del poder del Estado en la sociedad capitalista. La “toma” o “conquista” del poder del Estado debe ser concebida como un episodio relativamente tardío en este largo itinerario. Un episodio que requiere como precondición indispensable el desarrollo de valores, praxis, relaciones e instituciones característicos de la nueva sociedad en los marcos de la vieja. Esto es, es necesario desarrollar focos autogestionarios, núcleos de democracia de base, en fin, espacios prefigurativos, para estar en condiciones de asumir la dirección del Estado con fines revolucionarios. Al mismo tiempo la “toma” o “conquista” del poder no cierra la transición, en todo caso cambia las condiciones del desarrollo de las luchas por el socialismo.
La transición al socialismo exige asumir la realidad como punto de partida. Esto es, cambiarla desde su interior dialéctico y contradictorio y no desde un lugar exterior ideal, identificando en las contradicciones aquellos polos que pueden oficiar como materia de arraigo de un proyecto socialista, o como base de apoyo en la lucha contra toda forma de opresión.
Pero el problema de la transición al socialismo no se agota en el desarrollo de instancias prefigurativas y contra-hegemónicas. Estas instancias no tienen ninguna posibilidad de desarrollarse y expandirse, y, principalmente, anulan sus potencialidades contra-hegemónicas, sino asumen subjetividades orientadas a las transformaciones globales, sino inscriben su praxis en el marco de un proyecto transformador global. Para expresarlo en una sentencia breve, digamos: las instancias prefigurativas sólo podrán desarrollar toda su potencialidad si se comprometen enfáticamente con la lucha política.
El intelectual italiano Lelio Basso proponía la noción de “participación antagonista”[7], que remite a una forma peculiar de participación de las clases subalternas y oprimidas en el Estado burgués. Esto es, participar en el Estado con el fin de que esa participación sirva para modificar las relaciones de fuerza en favor de las clases subalternas, es decir, transfigurar algunas porciones del Estado en instancias antagónicas respecto de la lógica del capital. Para Basso, inspirado en Antonio Gramsci, los antagonismos de la sociedad burguesa se expresan también en el Estado. El Estado, por lo tanto, no es un bloque compacto y es posible una participación que no sea asimilable, ni neutralizable por el poder burgués.
Creemos que una pregunta fundamental para la izquierda independiente es la que sigue: ¿qué puede hacerse desde el Estado en función de un horizonte emancipador?

II
En el marco del horizonte contra-hegemónico[8] de un proyecto de transformación radical de la sociedad, una referencia político-electoral sólo sirve, sólo aporta, si contribuye a consolidar y desarrollar las organizaciones y movimientos populares de base: sean territoriales, sociales, sindicales, culturales, etcétera. Una referencia político-electoral tiene sentido (para una fuerza emancipadora) si sirve a lo social, más aún, si se subordina, si contribuye a los procesos de auto-organización, auto-educación y auto-gobierno de las clases subalternas y oprimidas, si homogeniza los grados desiguales de la conciencia plebeya.
Ocurre que las praxis tendientes a cambiar la relación de fuerzas en la sociedad y las praxis tendientes a crear lazo social alternativo al del capital, no son planos dicotómicos, son dos momentos de la misma estrategia de construcción de poder popular. Al crear lazo social alternativo al del capital se modifican las relaciones de fuerza. Pero también hay que asumir acciones políticas tendientes a modificar las relaciones de fuerza para conservar y expandir los espacios en los que se crea y recrea lazo social alternativo al del capital. Ciertamente, las micro-políticas, no toman en cuenta la importancia de los marcos institucionales para modificar la distribución del poder a favor de las clases subalternas y oprimidas.
Pero si la referencia político-electoral termina hipostasiada, o sea, si se convierte en un fin en si misma, puede convertir al proyecto emancipador en una figura retórica y adocenada. Marx decía que la política constituye una manifestación derivada y dependiente, no es un nivel autosuficiente, no se explica a sí misma, no tiene un fin en sí misma, se trata de un conjunto de mecanismos y acciones, aparentemente autónomos (sólo aparentemente), orientados a realizar objetivos que siempre son extra-políticos. Va de suyo que siempre se impone la consideración de otros niveles de la realidad social más determinantes, más significativos. Como vimos, Marx no desdeñaba la lucha política, pero esta lucha tenía como fin develar lo subyacente (intereses de clase, conflictos) y avanzar en la realización de objetivos que no son específicamente políticos[9].
Karl Korsch sostenía que

Marx pasaba prácticamente de la revolución jacobina burguesa, que pretende resolver las cuestiones sociales y satisfacer las necesidades de las clase trabajadora sub specie rei publicae [itálicas en el original] a la acción autónoma del proletariado moderno, resuelto a buscar las raíces particulares de su opresión y el camino preciso de su liberación en el terreno de la economía política, tratando todas las demás formas de acción social, incluida la política, sólo como medios subordinados de su acción económica [itálicas nuestras][10].

El poder popular es básicamente un poder “directamente” social, aunque requiera del poder político. De ahí la contradicción profunda entre toda forma de fetichismo de la organización y las políticas orientadas a la transformación radical de la sociedad.

III
Aunque los fervores electorales de una parte de la izquierda independiente se corresponden a la actual coyuntura, la referencia política electoral debe ser pensada en el marco de un horizonte de tiempo largo, en el marco de una tendencia global. En el tiempo largo lo que se percibe es que, desde fines de la década del 90 (aunque se puede partir de más lejos), en Argentina y en Nuestra América, en forma desigual y discontinua, se vienen deteriorando los formatos de representación tradicionales, al tiempo que las clases subalternas y oprimidas reclaman formas de participación directa y un nuevo protagonismo social.
¿A qué se debe este deterioro de los formatos de representación tradicionales, esta deslegitimación del consenso liberal? Hay muchos factores, haremos referencia a uno muy general: la aceleración de los procesos históricos y los cambios en los paradigmas productivos y los patrones tecnológicos impuestos por las grandes corporaciones superan las posibilidades de la política como gestión del ciclo o como administración, tornan insuficientes los instrumentos de un Estado regulador en los marcos capitalistas.
Esta aceleración, estos cambios, vienen generando importantes dislocamientos en las estructuras económicas, sociales y culturales, sobre todo en las sociedades periféricas. Cada vez resulta más evidente la falta de correspondencia entre las demandas crecientes de la sociedad civil popular y la capacidad de las instituciones para satisfacerlas. A lo sumo, las gestiones precapitalistas y moderadamente progresistas podrán limar algunas de las aristas más aberrantes del proceso histórico, pero no podrán evitar que este continúe avanzando y arrasando. No, sin confrontar duramente con las grandes corporaciones locales y trasnacionales. No, sin la participación y la movilización (el protagonismo) del conjunto de pueblo. No, sin una “gran política”.
Un ejemplo entre miles posibles: las inundaciones que afectaron a la ciudad capital de Argentina (Ciudad Autónoma de Buenos Aires) y a la ciudad capital de la provincia de Buenos Aires (La Plata), en abril de 2013, mostraron a los políticos tradicionales –a los de derecha, a los “progresistas” y a los dizque “nacional- populares”–, igual de sobrepasados por los acontecimientos. Absolutamente todos y todas trataron de mostrar la imposibilidad de controlar a las fuerza de la naturaleza cuando en realidad dejaron en claro que hace cuatro décadas que no se puede controlar a la fuerza del capital que ha convertido a los centros urbanos y a sus periferias en sitios en los que es imposible vivir con dignidad y en los que se ha cercenado el derecho a la ciudad.
En Argentina, el kirchnerismo revivió los tradicionales fetiches de la democracia liberal (y la ideología que le sirve de sostén), restituyó la confianza en las doctrinas y prácticas del “retorno al Estado” y la confianza en un “Estado inclusivo”, retrasando, de alguna manera, los procesos de deterioro de esas formas representativas y delegativas, pero sin llegar a revertir esos procesos. Algo similar viene ocurriendo en varios países de la región. Pero se trata de respuestas que, en el mejor de los casos, retrasan la desintegración. Lo más extendido es la estrategia que consiste en disfrazar esa desintegración, recubriéndola con retóricas plebeyas.
Reivindicar hoy los formatos más tradicionales de la representación política y la delegación como ejes centrales de la acumulación política popular es un contrasentido histórico, un gesto de desconexión respecto de los procesos históricos más densos y significativos y de larga duración, caracterizados por un lento pero indeclinable derrumbe de la política tradicional. Es una actitud, en el fondo, conservadora; inhábil para discernir los “signos de los tiempos”. Y puede afectar el trabajo de los sectores de la izquierda independiente con inserción social (una inserción real, sólida y vital, estratégica y profundamente enraizada, ni accesoria, ni “decorativa”), desalentando al activismo y a las bases. Puede confundir a los compañeros y las compañeras cuya praxis y cuya axiología giran alrededor de una política que adquiere sentido sólo cuando sirve a lo social, sólo cuando tiende a ser reabsorbida por lo social.
Sobredimensionar esos formatos implica distanciarse de las praxis que hicieron posible el surgimiento de una nueva subjetividad plebeya (de una enorme potencialidad revolucionaria) hacia fines de la década del 90 y principios del 2000. Implica también la transmisión de valores que no se corresponden con el horizonte de la emancipación.
La identidad fundacional de la izquierda independiente se conformó a partir de los “núcleos de buen sentido” o de los “momentos de verdad” de las clases subalternas. Núcleos y momentos que se caracterizaron por una tendencia a redefinir radicalmente la democracia, por su rechazo a las formas representativas-delegativas, por su rechazo a la figura del militante social y/o político como un “solucionador” de problemas, etc.
La identidad de la izquierda independiente, su lenguaje, su horizonte político, se conformó con los elementos críticos y emancipatorios de la cultura popular y las identidades subalternas que pugnaban por el protagonismo social y político “directo” de los y las de abajo. Una identidad muy alejada cualquier noción institucionalista o mercantil de la política, distante de toda relación en términos de imput-output (demanda-respuesta) entre las instituciones políticas y la sociedad.
Exagerar las posibilidades de las instituciones burguesas, focalizar las energías militantes en las disputas electorales, implica asumir un terreno de disputa que es en esencia intra-sistémico y relegar las praxis orientadas al desarrollo de la auto-organización, la auto-educación y el auto-gobierno de las clases subalternas y oprimidas, la praxis medular de la izquierda independiente. En este sentido, la izquierda independiente deberá precaverse de los procedimientos a-históricos.

IV
La experiencia de la Revolución Bolivariana de Venezuela, con la que la izquierda independiente ha establecido diálogos fructíferos, no debería ser decodificada como un caso de revitalización de las clásicas mediaciones entre la sociedad civil y el Estado y de los formatos políticos liberales representativos/delegativos. La Revolución Bolivariana se inscribe en otra tradición. Su naturaleza es otra. Exhibe continuidades con las culturas y tradiciones políticas populares que, en Nuestra América, propusieron una relación directa líder-masas, y en donde las mediaciones e instituciones típicas de la democracia liberal ocuparon un rol secundario. En el caso de la Revolución Bolivariana, cabe destacar un elemento de ruptura respecto de esas culturas y tradiciones políticas populares de Nuestra América, concretamente: un liderazgo (el del comandante Hugo Chávez) que –sin dejar de reeditar algunas taras típicas del caudillismo y las formas más anquilosadas del liderazgo– supo alimentar la autoorganización y las formas de participación directa de las organizaciones de la sociedad civil popular. La vitalidad de la Revolución Bolivariana radicó y radica en esos espacios antiespectaculares (y, por consiguiente, auténticos), donde lo social reabsorbe lo político, y no en sus instancias específicamente institucionales. Por cierto, estas últimas instancias son las que más distorsiones han generado y generan en el proceso revolucionario bolivariano y dejan mucho que desear como “correas de transmisión”. Por lo general se trata de formas de mando que suelen expresarse en prácticas prebendales y en la acentuación del verticalismo.
La izquierda independiente no debe confundir formas de mando con liderazgos, no debe ceder a la tentación del atajo fácil de las primeras ante las dificultades de gestar y multiplicar los segundos.

V
Una referencia político electoral afín al proyecto de la izquierda independiente, al asumir la participación en las instituciones de la democracia liberal-burguesa deberá, al mismo tiempo, favorecer las formas de democracia alternativas, las formas de democracia popular, el protagonismo directo del pueblo, que son las formas propias vinculadas a la construcción de poder popular. Si coloca un pie en el Estado, para ponerlo en tensión (más allá de las transacciones necesarias) para resignificar la representatividad, jamás deberá levantar el pie de las construcciones prefigurativas, para protegerlas y para alentarlas permanentemente. Se trata de no reducir las instituciones a lo instituido. Así, la izquierda independiente podrá cuestionar y trascender dialécticamente a esas instituciones, podrá crear otra institucionalidad afín a la clase que vive de su trabajo. Podrá cabalgar con solvencia la paradoja de crear embriones de nueva institucionalidad desde una estructura de mando estatal.
Por ejemplo: al proponer –en la tradición de la Comuna de París de 1871– la revocabilidad de todos los cargos en todo momento, la rendición de cuentas, los mandatos imperativos, el sueldo igual a un sueldo mínimo de un empleado de Estado; al promover abiertamente el protagonismo directo de las bases y la articulación con espacios asamblearios (sobre todo esto último), las representaciones político-electorales de izquierda independiente pondrán en tensión todo el andamiaje de la democracia formal y delegativa. Además, se establecerá “una barrera eficaz al arrivismo y a la caza de cargos” como planteaba Engels respecto de la Comuna de París[11].
Ezequiel Adamovsky planteaba que

El problema de la representación no es que haya representantes, sino que estos se conviertan en un grupo especial permanente, que se distinga y se separe del colectivo. Una institución de nuevo tipo debe incluir acuerdos previos acerca de quienes desempeñarán funciones de voceros, delegados o representantes en diversos ámbitos o situaciones, y a partir de qué mecanismos democráticos y transparentes serán designados. Pero también deben existir reglas claras que limiten las posibilidades de que los favorecidos en un momento se transformen en ‘dirigentes profesionales’, fijos, con una capacidad de afectar las decisiones del conjunto mayor que la de los demás[12]. [Itálicas en el original]

Una referencia político-electoral de la izquierda independiente no puede dejar de reivindicar a las organizaciones populares y a los movimientos sociales, como ámbitos privilegiados para la toma de decisiones (sobre todo las estratégicas). Claro está: deberá elegir como representantes a elementos confiables. Compañeros y compañeras de las organizaciones populares y los movimientos sociales, militantes referenciados-as en los conflictos, en las luchas, capaces de comunicar masivamente el sentido y los horizontes de esos conflictos y esas luchas. Líderes serenos. Y no expertos-as en el arte de administrar, publicitar, vender.

VI
Una referencia político-electoral de la izquierda independiente, no debería recurrir al lenguaje como fuga hacia el “signo” y al “texto”, no debería reclamar el derecho a la participación en el “espectáculo de la política”. El espectáculo y la revolución pertenecen a órdenes diversos y antagónicos. Si se asume el objetivo de ingresar en el espectáculo político, si la política espera que su verdad le sea dictada por el espectáculo, probablemente se termine repudiando lo concreto y negando los conflictos sustanciales y la lucha de clases. El espectáculo es del orden de la gestión. La política reducida a la gestión no está en condiciones de dar cuenta de los antagonismos sociales de fondo de nuestro tiempo y mucho menos de sostener una promesa de emancipación.
Una referencia político-electoral de la izquierda independiente debe hablar un lenguaje similar (es decir: afín) al del espacio que pretende expresar. Debe encontrar una estética original, propia. No debería reproducir el tono, la estética bizarra, y el desgastado discurso promedio del mercado electoral y los “políticos profesionales”: tibio nacionalismo aburguesado, liberalismo, moderación, keynesianismo; todo sazonado con una dosis de paternalismo (o maternalismo), ya sea ilustrado o violento. Este discurso promedio siempre genera suspicacias e incredulidad en la militancia popular. Nadie lo toma en serio.
Georg Christoph Lichtemberg, decía que el lenguaje es filosofía condensada. Un proyecto emancipador no puede manipular el lenguaje, no puede apelar a las “tácticas de enmascaramiento”. Eso sería traicionar su “filosofía”. La izquierda independiente tiene que gestar un lenguaje político que esté a la altura de la poética de sus mejores acciones. Vale recordar que la poiesis es básicamente un hacer creativo. Como decía Rosanvallón: “en política siempre necesitamos palabras que recojan la cosecha de nuestros deseos para constituir el plan de nuestros sueños”[13].
Sin dudas, esta referencia político-electoral debe recurrir a los lenguajes claros y masivos, desprendidos de apelaciones “doctrinarias”, pero eso no debe confundirse con la desideologización, la despolitización o la despoetización del discurso. No hay que olvidar que, en el marco de una estrategia contra-hegemónica, se trata de utilizar el espacio político-electoral con el fin de generar (también desde esa trinchera) una nueva visión crítica de la realidad y universos de sentido nuevos.
Es un grave error, un acto de ingenuidad, o de oportunismo de la peor catadura, sostener que la participación en instancias electorales exige disfrazarse de intra-sistémicos y de trans-clasistas, moviéndose en el universo de sentido estandarizado y “políticamente correcto” del sistema.
Considerar que la “masividad” de una propuesta política se logra vaciando los contenidos o atemperándolos, apelando consignas discretas y a categorías sociales indeterminadas (“la gente”, el pueblo en sentido abstracto, el “cambio” y otras categorías desideologizantes, despolitizantes y despoetizantes), convocando en torno a objetivos muy limitados o partiendo de cierta experticia administrativa, implica renunciar a cualquier propósito anti-sistémico.
Una referencia político-electoral, comprometida con un proyecto contra-hegemónico, afín a un conjunto de espacios anti-sistémicos, debe interpelar a un sujeto plural, diverso, pero al mismo tiempo de clase: un sujeto plebeyo, subalterno y oprimido. De lo contrario, no hace más que reproducir la ideología y el poder dominante.
Jamás habrá que dejar de reivindicar el pluralismo, entre otras cosas porque la lucha contra-hegemónica es una lucha nacional-popular que excede las posibilidades de cualquier sujeto popular específico y acotado. Pero hay que tomar distancia del pluralismo acrítico y liberaloide que promueve la convivencia pacífica con el poder.
Esto vale también para las alianzas. Las alianzas “electorales” con sectores de otros espacios políticos (espacio intrasistémicos, principalmente de centroizquierda o de izquierda institucionalizada, espacios que no se proponen una lucha contra-hegemónica), aunque le garanticen mayor presencia pública y mayor visibilidad social, probablemente terminen desdibujando los perfiles más radicales de la izquierda independiente.
Al mismo tiempo, una referencia político-electoral de la izquierda independiente deberá encontrar una gestualidad propia. Recurriendo a un juego de palabras a lo James Joyce: unos gestos que gesten (acciones), una gesta de los gestos.
VII
No es necesario que tanto las organizaciones de base y los movimientos populares como los frentes socio-políticos que ocasionalmente los puedan nuclear y/o articular, deban convertirse en fuerza electoral. Es más, creemos que no es conveniente. Estas organizaciones, movimientos y frentes pueden apelar a referencias electorales externas sin metamorfosearse en referencia político-electoral, estas referencias externas pueden ser creadas ad-hoc o se pueden celebrar acuerdos con algunas referencias ya existentes. Lo óptimo sería que el espacio de la izquierda independiente cuente con una referencia político-electoral común. Las condiciones exigibles a estas referencias son obvias: que puedan expresarse en el espacio público con el lenguaje de las organizaciones, los movimientos y los frentes socio-políticos, que compartan un plafón identitario general, que partan de lógicas de construcción similares y/o complementarias, que sean confiables, respetuosas de los acuerdos políticos, etc.
Esta “distancia de las representaciones políticas” puede ser una forma de preservar a las organizaciones, a los movimientos y a los frentes, una modalidad apta para no afectar sus tareas estratégicas y a largo plazo, para no afectar su “vitalidad ontológica”. Puede ser necesaria para salvaguardar los ámbitos en los que, en definitiva, se atesora todo lo que vale para la emancipación.
Al mismo tiempo, la distancia de las representaciones políticas, puede contrarrestar las tendencias super-estructurales de las referencias político-electorales, la tendencia a autonomizarse, a hipostasiarse, a conformar elites especializadas, de técnicos o expertos.
El riesgo para la izquierda independiente es idealizar un instrumento marginal invirtiendo los términos, esto es: hacer de una praxis que por naturaleza debe ser externa, coyuntural, efímera, una praxis principal. Y convertir en externas a las praxis estratégicas, asumiendo la mirada del “político”, del “representante”, “del hombre o la mujer al servicio de la gente”, etcétera.

VIII
La izquierda independiente vive un tiempo de incertidumbre y de relativa dispersión. Las circunstancias plantean la necesidad de redefinir algunas líneas de acción y exigen la ratificación de sus objetivos más característicos. Extremadamente simplificadas, las disyuntivas serían las siguientes:
O la izquierda independiente ratifica como su principal objetivo la creación de un movimiento social y político antisistémico extenso, variopinto y potente, un movimiento que esté en condiciones de arraigar en el tejido social, de librar batallas significativas, de avanzar en la construcción de un “bloque histórico”, es decir: el horizonte de una “gran política” y su praxis correspondiente, o se convierte y se pervierte en una fuerza más, absorbida por las lógicas de la “pequeña política”, autosatisfecha en su sectarismo o en su inconsistencia ideológica.
O la izquierda independiente se centra en la construcción de múltiples liderazgos sociales arraigados y comprometidos con unas comunidades concretas, o se dedica a construir “referentes” más o menos mediáticos e inicia una deriva (un declive, una decadencia) hacia la centroizquierda o hacia el progresismo.
O la izquierda independiente asume la política ex parte populi, es decir: desde el pueblo, “desde abajo”, proponiendo una democracia radical “donde gobernantes y gobernados se identifican por los menos idealmente en una sola persona y el gobierno se resuelve en el autogobierno”[14], o asume la política ex parte principis, es decir, desde el Estado, desde el punto de vista de una elite política que reclama su “derecho” a gobernar o que se cree “destinada” a gobernar, por mandato de clase, casta o mérito individual.
La perspectiva es determinante, cada posición plantea visiones antagónicas de la política, por ejemplo: a) cambio social o conservación social; b) sistemas de antagonismos (conflictualistas) o sistemas de cohesión (integralistas); c) el horizonte revolucionario de la ruptura del orden, un horizonte marxista, mariateguista, guevarista, etcétera, o el horizonte del orden, un horizonte funcionalista[15], conservador y/o liberal; d) o se asume a la sociedad civil (en sentido gramsciano) como ámbito privilegiado de las praxis emancipatorias, y de la construcción la legitimidad del poder popular, o se privilegia el ámbito del “poder político en sentido estricto” y del Estado, en los procesos de legitimación del poder. Vale insistir en que la opción estratégica por la primera esfera (la de la sociedad civil) no niega la importancia de las disputas y el desarrollo de procesos de legitimación en la segunda esfera (la del poder político en sentido estricto).
O la izquierda independiente persiste en la tarea de construir, cada día, un mundo nuevo, una sociedad anti y poscapitalista, eligiendo cuidadosamente los materiales adecuados, o se suma a la administración de una decadencia.
Claro, existe un camino alternativo a esta polaridad. Es el camino de la izquierda tradicional y que consiste en refugiarse en el dogmatismo y en el sectarismo (el sectarismo del “partido de la clase” o el sectarismo de la organización de base, lo mismo da).
IX
La izquierda independiente deberá asumir que los instrumentos electorales, que las incursiones en los ámbitos democráticos formales, representativos y delegativos son, y serán cada vez más, expresiones parciales y deficientes de la voluntad popular.
Sin sobredimensionar sus capacidades de intervención práctica en el proceso histórico, sin adjudicarle funciones constituyentes directas a favor de las clases subalternas y oprimidas, esos instrumentos, aunque algo caducos en perspectiva histórica, podrán aportar a los procesos de auto-organización, auto-educación y autogobierno popular.

Al proponerse incursionar en el terreno electoral, la izquierda independiente deberá asumir la compleja tarea de deslegitimar al poder político en tanto expresión deformada del poder social.
Deberá criticar los criterios cuantitativos y abstractos sobre los que se funda el poder político.
Deberá persistir en la pasión política como pasión por lo real (y no por lo aparente) y deberá rechazar la política concebida y practicada como espectáculo.
Deberá desburocratizar y restituir las funciones políticas a la sociedad, en particular a las clases subalternas y oprimidas.
Deberá cuestionar (y superar) las demandas y las formas tradicionales de la organización partidaria. Deberá evitar caer en el “tacticismo”.
Deberá favorecer la apropiación de los medios de gobierno y poder por los y las de abajo, combatiendo el sustitucionismo en todos los planos.
Deberá responder siempre “revolucionariamente” a situaciones cambiantes pero sin dejar de ser idéntica a sí misma, esto es, sin abandonar el sólido terreno de su prospectiva. En fin, deberá asumir su espacio y su tiempo y vivir con practicidad y con coherencia su utopía y su misión.

Lanús Oeste, marzo/mayo de 2013
  
Bibliografía general:
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Rosanvallón, Pierre, La autogestión, Madrid, Fundamentos, 1979.
Serge, Víctor, El año I de la Revolución Rusa, Buenos Aires, Ediciones ryr, 2011.


Una versión preliminar de este trabajo fue publicada en: www.laHaine.org el 22 de marzo de 2013. Esta versión fue enviada por el autor a Herramienta el 17 de mayo de 2013.
  
[1] En relación a esta cuestión, una fuerza política popular y contra-hegemónica, nunca debería pasar por alto las implicancias prácticas del planteo clásico de Marx: “…la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal como está y servirse de ella para sus propios fines”. Marx, Carlos, La guerra civil en Francia, Barcelona, Ediciones de Cultura Popular, 1968, p. 88.
[2] Rosanvallón, Pierre, La autogestión, Madrid, Fundamentos, 1979, p. 102.
[3] Véase: AA.VV, Pensar las autonomías. Alternativas de emancipación al capital y el Estado, México, Sísifo/Bajo Tierra/Jóvenes en Resistencia Alternativa, 2011, especialmente el trabajo de Máximo Modenosi: “El concepto de autonomía en el marxismo contemporáneo” (pp. 23-51).
[4] Estas ideas-fuerza remiten a una concepción de la nación que prioriza las articulaciones con la “comunidad” por sobre las articulaciones con el Estado. Téngase en cuenta que Marx proponía organizar “la unidad de la nación” sobre la base del “régimen comunal” y la destrucción del poder del Estado. Asimismo, Marx consideraba que un auténtico gobierno “nacional” debía ser la representación de “todos los elementos sanos”, es decir: del pueblo pobre, del pueblo trabajador en lucha por su emancipación. De este modo lo nacional (plebeyo, popular) se constituía en punto de partida del internacionalismo más genuino. Véase: Marx, Carlos, La guerra civil en Francia, op. cit. pp. 96 y 107.
[5] Creemos que no se puede afirmar lo mismo de algunas tendencias “politicistas” que se han puesto de manifiesto en el espacio de la izquierda independiente.
[6] Cabe agregar que en las universidades públicas predomina una educación orientada al éxito económico individual y al mando y no una formación orientada a la “disposición de sí mismo”. En las universidades privadas estas orientaciones son directamente celebradas, al igual que su condición excluyente. Esta afirmación dista de todo determinismo clasista. Asimismo reafirmamos la importancia de la universidad pública y sus posibilidades de generar conocimientos y prácticas que aporten a los procesos emancipatorios y al buen vivir del pueblo.
[7] Véase: Basso, Lelio: “La partecipazione antagonistica”, en: Neocapitalismo y sinistra europea, Bari, Laterza editore, 1969.
[8] Contra-hegemónico quiere decir: antiimperialista, anticapitalista y antisistémico (crítico de toda relación jerárquica, opresiva y destructora de la naturaleza: patriarcado, sexismo, etnocentrismo, productivismo, etc.).
[9] Véase: Marx, Carlos y Engels, Federico, La ideología alemana, Buenos Aires, Ediciones Pueblos Unidos, 1985. (Principalmente la Introducción “Feuerbach. Contraposición entre la concepción materialista e idealista”). Véase también: Marx, Carlos, Miseria de la Filosofía, Madrid, Sarpe, 1984; Marx, Carlos, La guerra civil en Francia, op. cit., y Marx, Carlos,Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858,Tomos 1 y 2, México, Siglo XXI, 1997.
[10] Korsch, Karl, Karl Marx, s/d, Folio, 2004, p. 71.
[11] Véase: Engels, Federico, “Prólogo” a: Marx, Carlos, La guerra civil en Francia, op. cit, p. 28.
[12] Adamovsky, Ezequiel: “Problemas de la política autónoma: pensando el pasaje de lo social a lo político”, en: AA.VV., Pensar las autonomías. Alternativas de emancipación al capital y el Estado, México, Sísifo/Bajo Tierra/Jóvenes en Resistencia Alternativa, 2011, p. 229.
[13] Rosanvallón, Pierre, op. cit, p. 17.
[14] Bobbio, Norberto, Estado, gobierno y sociedad. Por una teoría general de la política, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1996, p. 82.
[15] Sin entrar en detalles, planteamos que el horizonte funcionalista, entre otros elementos, se caracteriza por escindir la política de lo material (lo económico), lo social, lo cultural, etc. Concibe a la política como un “subsistema” absolutamente autónomo. 
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  Hacia la construcción de nuevas herramientas políticas de la izquierda

Autor(es): Casas, Aldo

Casas, Aldo. Nació en Córdoba, en 1944. Es militante del Frente Popular Darío Santillán (FPDS), e integra el Consejo de redacción de "Herramienta. Revista de debate y crítica marxista" y aporta al Portal latinoamericano Darío Vive. Antropólogo, colaboró en el Proyecto Ubacyt de Estudio sobre Resistencia y Protesta Social y estuvo a cargo del Seminario "Poder, política y procesos de resistencia: problemas y enfoques en Antropología Social" (FFyL-UBA, 2008).Participó en diversas cátedras libres de Buenos Aires, La Plata, Rosario y Mar del Plata. Trabajos suyos han sido incluidos en libros de reciente publicación, como Pensamiento crítico, organización y cambio social (2010), Primer Foro Nacional de Educación para el Cambio Social (2010), Reflexiones sobre poder popular (2007). Es autor de Drogadicción, salud y política (2002) y del libro Después del estalinismo. Los Estados burocráticos y la revolución socialista (1995) con el seudónimo Andrés Romero. Fue compilador de Escritos sobre revolución política, de Nahuel Moreno (1990) y de los trabajos reunidos en Un siglo de luchas. Historia del movimiento obrero argentino (1988), y redactor del Programa del MAS (1985). Comenzó su actividad política en el movimiento estudiantil a principios de los años sesenta, ingresó en 1965 al Partido Revolucionario de los Trabajadores y militó sucesivamente en el PRT-La Verdad, el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) y el Movimiento Al Socialismo (MAS). Como periodista y activista internacionalista, residió en Venezuela, Portugal, España, Francia y Polonia. Durante más de tres décadas, escribió regularmente para diversas publicaciones nacionales e internacionales del movimiento trotskysta. En 2002 confluyó, junto con compañeros de diversas tradiciones políticas, en el colectivo Cimientos y, como parte del mismo, se sumó al FPDS en 2007.

Noviembre quedó marcado por expresiones de disconformidad y protesta contra el Gobierno que, más allá de distintos componentes sociales y ambigüedades políticas, revelan un profundo malestar social. El telón de fondo es una crisis política (ruptura con Moyano y guerra sucesoria en el peronismo), a la que se suma el impacto de la crisis económica internacional, la doble asfixia de la deuda externa y del endeudamiento público y los acumulativos desastres en el área energética, en el sistema de transporte, en la salud, la educación, etcétera, que se agrava con el des-gobierno de Provincias y Ciudad autónoma. La Presidenta no se cansa de hacer declaraciones antipiqueteras, antisindicales y propatronales, estrecha relaciones con la UIA, los grandes sojeros, la minería a cielo abierto, Soros... ¡Y encara con Macri un descomunal negociado inmobiliario! Pero hace todo esto sin dejar de proclamarse adalid de la soberanía nacional contra los “fondos buitres” y llamando a la guerra contra el Grupo Clarín y el destartalado bloque derechista que lo acompaña. Destaco esto, porque lo notable es que el kirchnerismo mantenga la capacidad de presentar la pelea con la oposición burguesa que se coloca a su derecha, en términos tales que impiden o dificultan la irrupción de un genuino proyecto popular y anticapitalista. Éste es el contexto en que nos reunimos para discutir y aportar a la construcción de nuevas herramientas políticas de izquierda, al que traigo siete puntos. Y aprovecho para aclarar que lo hago sin mas representatividad que la de ser un simple militante del Frente Popular Darío Santillán.

I
Contra la épica que inventa el kirchnerismo, quiero recordar que Nestor y Cristina construyeron su liderazgo desde la Presidencia, mediante la acumulación y uso discrecional de podermanejando los fondos públicos y el aparato estatal. Con estos recursos se recluta y disciplina a la “propia tropa” y también se “descabezó” y/o dividió a las organizaciones populares. Con poder, dinero y audaciarayana en el aventurerismo, hicieron y deshicieron las alianzas más inverosímiles y contradictorias, según conveniencias del momento. En lo ideológico, el núcleo duro del Kirchnerismo es la reivindicación del “capitalismo serio”, la conciliación de clases y laexaltación del Estado como expresión y garante del “interés general”, envuelto en un discurso neopopulista en el cual las referencias a “la generación de los 70” fueron amputadas de toda connotación revolucionaria o socialista. Hasta aquí, nada original y mucho menos “épico”. Pero el kirchnerismo sí aportó una novedad y fue política: advirtió la gravedad de la crisis orgánica del 2001-2002, con un sistema de partidos hecho trizas y el espacio público ocupado por masas movilizadas y respondió ofreciendo al bloque dominante otro esquema degobernabilidad que a la opinión pública fue presentado con fanfarria de “Refundación Nacional”.Nestor Kirchner llegó a Presidente de la mano de Duhalde y de Lavagna, pero se diferenció de las fracciones de la burguesía local que eran partidarias de mantener un neoliberalismo “de choque” al estilo de Chile o Colombia. Hizo política reclamando apoyo para “renegociar” el pago de la deuda externa con una fuerte quita, asumió postergadas banderas de la lucha por los derechos humanos y retomó los juicios a los genocidas. Pactó con la burocracia recuperación salarial a cambio de precarización, hubo medidas paliativas dirigidas a los sectores más sumergidos y prometió no reprimir la protesta social. Pero la gran jugada política del kirchnerismo fue presentarse como portador de un nuevo proyecto “nacional y popular” de país, un “modelo” orientado al desarrollo del mercado interno, la burguesía nacional y la “inclusión social” en un contexto de integración continental que permitía decirle No al ALCA de los yanquis.

II
Sobre el contenido real del “modelo”, sabemos que es engañoso y auto-contradictorio. Los cambios en el rol del Estado, el proyecto neodesarrollista y los funcionarios “heterodoxos” apuntaron siempre a ese quimérico capitalismo normal o serio, a sabiendas de que lo hacían sobre las bases estructurales y relaciones de fuerza amasadas en el largo ciclo neoliberal. Y lo “normal” resulta ser que el gran capital transnacional y financierizado mantiene y profundiza un patrón de valorización y acumulación basado en bajos salarios relativos, desposesión y depredación de los bienes comunes, maximización de las exportaciones, primarización productiva. O sea: agudiza la inserción dependiente del país en el mercado mundial. Durante una década eso quedó disimulado porque aprovechando una fase excepcionalmente favorable por los precios de las exportaciones, el gran capital asentado en el país ganó como nunca, los sectores populares recuperaron gran parte de lo perdido durante el superajuste que implicó la salida de la convertibilidad. Y se mantuvo relativamente contenida la conflictividad… hasta ahora, cuando Cristina intenta pero no logra conjurar la crisis con medidas de “ajuste”. Parecería que “el modelo” comienza a tropezar con sus propios límites. Se impone entonces intervenir avanzando un proyecto político integral con proyección anticapitalista, antipatriarcal y socialista, un proyecto de cambio con horizonte socialista y propuestas concretas de transición. Pero para intentarlo, conviene reconocer que el panorama político del país fue profundamente transformado por el kirchnerismo.

III
La rebelión popular logró que las expresiones políticas del neoliberalismo y la influencia directa de los yanquis quedaran jaqueadas tanto en nuestro país como a escala regional, pero los proyectos neodesarrollistas vinieron a neutralizar y fragmentar buena parte de la militancia popular, debilitando la perspectiva anticapitalista. Parece evidente que a las izquierdas (en plural) nos resultó más fácil ubicarnos políticamente en la lucha contra el neoliberalismo de Menem o De La Rua, que frente al neodesarrollismo y neopopulismo de los Kirchner. En los 90 era muy difícil organizar la lucha, pero en cuanto se salía a pelear, los reclamos reivindicativos más mínimos se convertían en confrontaciones políticas contra gobiernos manifiestamente entreguistas. Las cosas cambiaron con el kirchnerismo y esa ofensiva política a la que antes me referí. Frente a un pueblo hastiado de entreguistas, se presentaron como campeones de la soberanía nacional, embanderados con lo nacional y sentidas gestas populares. Y el gobierno encontró un “enemigo” funcional a esa imagen cuando, simétricamente, un sector de la burguesía y gran parte de la vieja “clase política” se puso en la vereda de enfrente. Allí (en “la Oposición”) confluyeron los que rechazaban las retenciones y cualquier medida redistributiva, los que reclamaban represión a las movilizaciones populares, los partidarios de archivar los juicios, los enemigos furibundos del “chavismo”, etcétera. En el 2008, la confrontación se escenificó en “el conflicto con el Campo” y, de allí en adelante, esa polarización reaparece una y otra vez, con ligeros cambios de personajes en uno y otro bando, pero siempre en términos que cierran el paso a una propuesta alternativa de izquierda. De hecho, muchos antiguos izquierdistas (incluyendo “autonomistas” de pura cepa) se sumaron al gobierno. Otra parte de la vieja izquierda cree correcto marchar con “la Oposición”. La izquierda dogmática confunde independencia con aislamiento sectario y se entusiasman discutiendo entre ellos los respectivos catecismos. Y nosotros mismos, lo que ha dado en llamarse “izquierda independiente”, tampoco fuimos hasta ahora capaces de responder adecuada y efectivamente a la encerrona. Pudimos mantener autonomía política sin caer en una oposición dogmática ni en brazos de la derecha. Pero no basta con haber mantenido alguna fuerza en el movimiento social, sindical o estudiantil, porque de lo que se trata es de formular propuestas superadoras con incidencia masiva. No debemos aferramos a recetas que fueron relativamente eficaces en el pasado, cuando estamos enfrentando a un adversario que evidenció una enorme capacidad para capitalizar en su propio beneficio esfuerzos, luchas y banderas que no puede luego sostener consecuentemente. Debemos batallar por una superación del modelo neodesarrollista desde la izquierda en vez de limitarnos a marcar diferencias con tales o cuales políticas de la derecha patronal tradicional y del gobierno. Para colocarnos en condiciones de construir y ofrecer una alternativa social y política, deberemos reforzar y mejorar nuestros respectivos trabajos de base, superar las tendencias al localismo, el aislamiento y las presiones corporativistas o economicistas. También debemos combatir la autocomplacencia sectaria que cultiva la diferenciación y disputa entre los que somos parecidos, en vez de celebrar la cercanía como posibilidad de articulación y mayor aproximación. Creo que todas nuestras organizaciones están haciéndolo o tratando de hacerlo. Pero no alcanza: no podremos desafiar y superar nuestra relativa insignificancia, sin proyectarnos audazmente en el plano político, disputando no solo en los espacios ganados por nuestras agrupaciones territoriales, sindicales y estudiantiles, sino interpelando abiertamente al pueblo y tratando de articular alianzas de la izquierda independiente que nos permitan tener presencia en lo electoral. Aportar al crecimiento e influencia masiva de un proyecto popular, anticapitalista, con vocación de poder debe ser el centro de nuestras preocupaciones.

IV
Como hijos o tributarios de la rebelión del 2001, con su masivo y justificado rechazo a la vieja política, tuvimos una relación ambigua con lo político que es tiempo ya de clarificar. Se trata ahora de asumir, con todas sus consecuencias, que la lucha contra las injusticias del capital, los malos gobiernos de turno y el Estado, es necesariamente también una confrontación política que, para ser efectiva, debe realizarse con medios políticos y disputando  poder. El orden del capital es indisociable del Estado como estructura política de mando, que asegura su reproducción y evita que las contradicciones y antagonismos lo hagan estallar. Pero el Estado no es una cosa ni se reduce a un aparto de Gobierno. No es un artefacto externo a la sociedad. El Estado es una forma de relación social o, mejor dicho, un proceso relacional, dinámico, que se teje en interacciones recíprocas de los seres humanos, que se realiza en el conflicto y en cuya configuración participan también las clases subalternas. Una forma anclada, por un lado, en la política entendida como actividad que relaciona a los hombres en tanto copartícipes de la vida pública. Una forma contenida, asimismo, en la dialéctica de la dominación hegemónica, que supone al mismo tiempo un proceso de negación y de reconocimiento del dominado. Todo Estado se pretende soberano y casi omnipotente, pero es en realidad un proceso inestable. En su existencia y modo de manifestación, la forma-Estado expresa el permanente intento de unificar la sociedad, detener el conflicto, institucionalizar y domesticar la política, pero la estatización de la vida social está siempre atravesada por el conflicto y desafiada por la política autónoma de las clases subalternas, aunque ésta sea fragmentaria e intermitente.

V
Habiendo bajado del pedestal “metafísico” en que suele colocarse al Estado, podemos intentar una redefinición radical de lo político. Digamos en primer lugar que es un concepto que desborda lo estatal. La política está relacionada con esa cualidad humana que es la capacidad de actuar para construir las normas que regulan la convivencia. Así como hay actividades orientadas a la reproducción material de la vida y la satisfacción de necesidades, la política es el ámbito de la confrontación activa en el que se decide cómo organizamos –y no sólo “ellos”, la clase dominante, sino también nosotros- la vida colectiva. Podemos dejar de lado la falsa opción entre “politicismo estatalista” y “antipolítico”, para pensar y proyectar la confrontación en términos de otra política. Porque, me permito repetirlo, la lucha contra el capital es también una confrontación con otras políticas que, para ser efectiva, debe realizarse con medios políticos que se definen y dirimen en la lucha misma. La política no se reduce a la participación en elecciones o a la ocupación de bancas, aunque sería completamente equivocado ignorar que tales espacios, pueden y en muchos casos (por ejemplo, en nuestro caso) deben ser también utilizados por las clases subalternas para expresar inconformidad y rebeldía. Hacer política significa asimismo entender que la lucha contra el capital incluye la lucha por construir nuevas reglas de organización de la vida social: por redefinir las normas que ordenan la convivencia, lo que compete a todos. Esta redefinición permite impulsar construcciones políticas de y para los de abajo y supone, también, reconocer, valorar y potenciar las sutiles formas que suele adoptar la política autónoma de nuestro pueblo. Nadie es totalmente ajeno, siempre existe una vivencia política aunque sea desapercibida o desconocida, ella palpita en la cotidiana experiencia colectiva que, entre agravios, humillaciones y esperanzas, enlaza lo presente con la memoria de frustraciones, luchas, victorias y derrotas pasadas. Más en general,estratégicamente me atrevería a decir, pienso que siendo la lucha contra el capital una batalla por la construcción de una nueva forma de sociabilidad y por la recuperación de la condición humana, esta batalla requiere trascender la politicidad enajenada es decir, la situación en que los seres humanos son expropiados por el capital del derecho a organizar, controlar y decidir libremente la forma de organización de su vida social. Es un paso en la lucha por la construcción de lo que Marx denominaba una comunidad real y verdadera: una asociación política fundada en la libertad, en la plena realización de la individualidad concreta y en el reconocimiento recíproco como personas.
VI
Paso a una cuestión muy actual. Cristina, que tanto habla de soberanía, lo hace en términos de “unidad nacional” y de autoridad del Estado, o sea, con palabras que ocultan el antagonismo social y dejan todo en manos de quien gobierna. Desde el punto de vista de la lucha de clases, creo que la soberanía nacional no debe traducirse o conjugarse como soberanía estatal, sino como soberanía popular. Santificar el poderío y la fuerza del Estado significaría agacharnos frente al maldito precepto constitucional que ordena: “el pueblo no delibera ni gobierna”. A eso oponemos el protagonismo popular. Y mucho más: queremos que llegue a ser efectiva y continuada auto-actividad y contra-hegemonía. Queremos que se instituya como poder popular de hecho y de derecho, porque dicho sea de paso, no todo derecho requiere de la unción del Estado. Pero construir poder popular no tiene nada que ver con dar la espalda al Estado. Con análisis concretos de situaciones concretas podremos denunciar y combatir las insuficiencias y la inamovible hostilidad del aparato burocrático-estatal hacia lo plebeyo y su movilización, manteniendo una posición flexible y propositiva para reclamar, negociar e incluso apoyar cualquier medida que implique ganar soberanía frente los imperialistas, frente al mercado mundial o las exigencias del gran capital. En este sentido, la COMPA elaboró el documento titulado “A 10 años del 2010, 10 propuestas políticas emancipatorias”, el año pasado realizamos el “Foro por un Proyecto Emancipador” y acabamos de realizar la Campaña Nacional “100% Soberanía Popular - Construyendo una Alternativa de país” en la que se desplegaron más de 300 mesas en Capital Federal, Gran Buenos Aires, La Plata, Mar del Plata, Córdoba, Rosario, Mendoza, Tucumán, Salta y Jujuy, destacando 4 ejes necesarios para construir un país soberano (los recursos naturales, el trabajo, el transporte público y el derecho a la tierra y la vivienda). Menciono estos textos y actividades simplemente para recordar que están sujetos a la discusión, aportando y apostando siempre a construir nuevas y mejores respuestas colectivas que, en definitiva, deberán ser puestas a prueba y corregidas tantas veces como sea necesario dialogando y luchando con el pueblo.

VII
Para terminar, quiero recordar, porque nunca está demás hacerlo, que la construcción del poder popular incluye prever y prepararse para el momento en que deba afrontarse un momento de ruptura radical con el Estado capitalista y asumir la incierta conformación de un Estado radicalmente diverso (como en algún momento escribiera Lenin, aunque luego no pudo hacerlo). Pero digo también que ninguna “ley” histórica o “principio” teórico impone creer que todo cambio revolucionario queda supeditado a ese momento. Y mucho menos autoriza a pontificar que recién entonces podrían abordarse las cuestiones de la transición... Por el contrario, la Historia y la vida misma muestran que es posible y necesario desafiar desde ahora el orden del capital y poner en marcha al menos rudimentos de un nuevo metabolismo económico social. El “Socialismo del siglo XXI” debe asumir que la revolución no consiste sólo en la expropiación del gran capital. Debe ser también una ruptura radical e irreversible con la división social jerárquica del trabajo, así como una redefinición completa del paradigma productivo-tecnológico-cultural impuesto por el capital. Debemos producir y consumir de otro modo, producir y consumir otras cosas. Terminar con la explotación del hombre pero también con la explotación de la naturaleza. Construir otras relaciones sociales en ruptura con la alienación y los fetiches del capital. Son cuestiones que parecieron secundarias a los revolucionarios del siglo pasado pero constituyen para nosotros desafíos insoslayables y urgentes. Los diversos frentes de lucha por la soberanía popular se proyectan como un combate por la libertad de escoger y construir nuestro futuro. Un combate que debemos asumir desde la convicción y la superioridad política y moral que nos da la conciencia de que lo que está en juego no es sólo la suerte de nuestros hermanos explotados y oprimidos, sino la supervivencia misma de la humanidad.


Presentación realizada el 10 de diciembre 2013, en la jornada de debate “Hacia la construcción de nuevas herramientas políticas de la izquierda” convocada por Cultura Compañera en el marco del Taller de Talleres “Resistencias Populares a la Recolonización del Continente” (30 noviembre, 1° y 2 de diciembre) en el Espacio Cultural Pompeya, organizado por Pañuelos en Rebeldía.