ALAI, América Latina en Movimiento
2009-12-01
AmericaLatina
De silencios y complicidades: la izquierda latinoamericana en tiempos posneoliberales
Pablo Dávalos
Al parecer, América latina (Abya Yala) estaría ingresando en una época novedosa caracterizada por la recuperación de su soberanía y en un contexto de democracia, participación ciudadana y renovación política, en la que nuevos gobiernos progresistas y de izquierda, tratan de recuperar su soberanía y, al mismo tiempo, emprenden una amplia y profunda redistribución del ingreso a través de fuertes inversiones en educación, salud y bienestar social.
Se trataría casi de un cuento de hadas que es difícil de digerir porque un contexto tan idílico daría cuenta de que la compleja, difícil y desgarradora historia de América Latina (Abya Yala), de alguna manera, ha podido superarse y que la región ha empezado, de la mano de la democracia liberal, a transitar por aquellas alamedas de las que hablaba Salvador Allende.
Empero de ello, y contrariamente a lo que pueda creerse y esperarse, Abya Yala está entrando en una de las etapas más dramáticas de la acumulación del capitalismo. Si el neoliberalismo fue la avanzada de la guerra monetaria y económica en contra de la región, aquello que se está vislumbrando ahora en el horizonte amenaza con ser más traumático y tenebroso.
Abya Yala está regresando en el reloj de su historia a los primeros siglos de la acumulación del capital. A esa etapa en la que el capitalismo no tenía ningún escrúpulo, ninguna frontera, ninguna cortapisa. Ese mundo en el que no había ninguna ontología del hombre, ninguna moral y todo era permitido. Un mundo que fue descrito por Marx en los tintes más sombríos y, justamente por ello, realistas. Ese mundo se está perfilando en el horizonte de la región pero, lo que es más grave, para legitimarse y sostenerse está acudiendo al expediente de los discursos emancipatorios de la izquierda y de la resistencia de los movimientos sociales.
El síntoma de lo que está ocurriendo en Abya Yala puede intuirse en las elecciones en El Salvador cuando el FMLN ganó con un porcentaje mínimo al partido derechista ARENA, o en las elecciones de Uruguay en la que un domesticado Mujica sirve de cobertura para un neoliberal Astori, el verdadero centro del poder, o en la Asamblea de Naciones Unidas, en la que un Miguel d’Escoto acude al economista neoclásico Stiglitz, para comprender la crisis económica del capitalismo.
Es un tiempo de la historia paradójico y contradictorio el que está creando estas opciones políticas que, aparentemente, adscriben a tesis críticas con el sistema pero que son altamente funcionales al poder, al capitalismo, a la modernidad. En ese sentido, incluso la elección de Barak Obama en EEUU, marca esa transición en la dialéctica del poder en la que el discurso se mimetiza en función de la acumulación del capital.
Marx tenía razón: es el ser social el que determina la conciencia social y las ideas dominantes de una época son las ideas de la clase dominante. La crisis del capitalismo le obliga a la burguesía a un retorno al principio de realidad, y en ese principio de realidad consta la necesidad ineludible de transferir los costos de la crisis y de salvarse a sí misma, incluso al coste de ceder espacios simbólicos.
En el momento actual es más conveniente que la fisonomía del poder tenga el rostro dulcificante de gobiernos progresistas y de “izquierda”. Pero esos rostros dulcificantes del poder no atenúan la perversidad inherente a la acumulación del capital y de la lucha de clases. Quizá por ello, haya de considerar que los denominados “gobiernos de izquierda”, o “gobiernos progresistas”, son el nuevo locus en el que situar las luchas y las resistencias sociales.
En todos los gobiernos progresistas, hay una especie de metodología en construcción que se sustenta y se apoya en los discursos y en las prácticas de resistencia y movilización social, para manipularlas y metabolizarlas en función del nuevo poder. Puede ser que se exagere, pero extraña el hecho de que en las retóricas oficiales y de sus discursos laudatorios, casi no se mencionen ni al PPP (Plan Puebla Panamá), ni al IIRSA (Integración de la Infraestructura Regional de Sud América), como los nuevos peligros que afronta la región y que más bien se los presente como oportunidades a no desperdiciar.
También es extraño que en la retórica oficial, en las campañas electorales y en los programas de gobierno de estos gobiernos progresistas y de izquierda, no se diga nada del avance incontenible del monocultivo sustentado en transgénicos y orientados a la producción de biocombustibles que se está produciendo en vastas regiones de Paraguay, de Argentina, de Brasil, un proceso que implica, además, una contrarreforma agraria sustentada en la criminalización de las resistencias sociales, y todo con el aval de estos nuevos gobiernos progresistas. Tampoco se dice nada del avance incontenible de la minería en Ecuador, Perú, Bolivia, Centroamérica, Brasil, Chile, Argentina; de la profundización de la industria de los servicios ambientales en toda la región, etc.
Asimismo, extraña sobremanera que se canten loas a la UNASUR cuando este proceso permite la convergencia con los acuerdos de libre comercio y la creación de los Estados de “seguridad jurídica”, que se están formando en la región y en función de la convergencia normativa de la globalización y de la OMC, al tiempo que desarticulan y desestructuran los procesos de integración existentes, como es el caso de la Comunidad Andina de Naciones. Extraña también el hecho de que se invisibilicen las formas de resistencia y lucha social y que su ulterior criminalización y persecución no suscite la solidaridad de estos gobiernos progresistas ni de la izquierda que ahora los canoniza.
Hay un hilo conductor que va de Atenco (México) a la persecución y criminalización a los mapuches en Chile, pasando por la persecución a la resistencia social y antiminera en Ecuador, la masacre de Bagua (Perú), y las persecuciones a los líderes indígenas en Venezuela, entre otras. Al parecer, hay una misma metodología en la persecución e intentos de manipulación al MST en Brasil, a la la CONAIE en Ecuador, a la CONACAMI y la AIDESEP en Perú, a los Mapuches en Chile, entre otros, que busca cerrar todo espacio social a la crítica y al cuestionamiento a estos gobiernos progresistas y de izquierda.
Por ello, quizá valga desconfiar en las Misiones (Venezuela), tanto como en los programas Socio-país (Ecuador), como la Red Solidaria (El Salvador), o Familias en Acción (Colombia), como el Bono Juancito Pinto (Bolivia), o la Bolsa Familia (Brasil), o el programa Tekopora (Paraguay), o el bono Mi familia Progresa (Guatemala), o también del programa Oportunidades (México), entre otros, porque no dejan de tener un tufillo a Banco Mundial y a sus estrategias de intervención y control social. Es de suponer que Pronasol (México) creó una metodología de aplicación para toda la región, una metodología exitosa y que ahora se ha convertido, paradójicamente, en un paradigma de intervención al tejido social por parte de los “gobiernos progresistas”. Una metodología que tuvo en Prodepine (Ecuador) y Orígenes (Chile) sus marcos de intervención más elaborados.
Extraña también sobremanera el hecho de que la izquierda, antaño tan crítica con el neoliberalismo al cual había acotado de tal manera que no existía discurso que no haya sido sometido a la crítica más despiadada, ahora no haya lanzado su voz de alerta con los denominados Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM’s), y sus derivas biopolíticas de control y sometimiento. Pero extraña aún más el hecho de que estos ODM’s sean la base de sustentación de las políticas sociales de los “gobiernos progresistas”. Hace algunos años, el solo hecho de que el Banco Mundial y el PNUD estén detrás de los ODM’s nos habrían puesto de alerta, ahora no nos asombra que sean el marco de intervención de la política social de los gobiernos progresistas.
Extraña el hecho de que ningún gobierno progresista haya puesto coto a las estrategias de descentralización y autonomías, que son parte de la desterritorialización del Estado, y que ahora constan en casi todos los textos constitucionales de los países de la región. Asombra también el hecho de que los teóricos de la izquierda (no todos por supuesto), ahora se contenten con tan poco y que hagan de las retóricas legitimantes de estos gobiernos progresistas el único argumento de validación social e histórica del momento que vive América Latina (Abya Yala).
Es asombrosa la connivencia de estos intelectuales de izquierda que ahora han guardado un silencio dudoso ante hechos brutales de agresión a los pueblos del Abya Yala. Es doloroso ver cómo estos intelectuales de la región, en un evento que da cuenta del signo de los tiempos, ahora participen en un seminario oficial sobre el Sumak Kawsay (Buen Vivir) convocado por el gobierno ecuatoriano, mientras ese mismo gobierno y al mismo tiempo en el que se aludían y discutían las bondades del nuevo modelo de desarrollo, aprobaba el reglamento minero que daba carta blanca al extractivismo, y emprendía proyectos de servicios ambientales y de expansión de cultivos de transgénicos para la producción de agrocarburantes, mientras perseguía y criminalizaba la resistencia social. En el mismo momento en el que se produjo este evento oficial, la resistencia social y popular organizaba otro, precisamente, en contra del extractivismo. Los intelectuales de izquierda que fueron convocados para hablar del Buen Vivir nada dijeron sobre la resistencia social al extractivismo. En este seminario del Buen Vivir, nada se dijo de las derivas extractivistas, autoritarias y posneoliberales del gobierno ecuatoriano. Como decía Paul Sweezy, quien paga al gaitero pide la tonada.
Asombró mucho cómo en Ecuador los intelectuales de izquierda que suscribían el proyecto político de Rafael Correa, guardaran un silencio cómplice con la represión en Dayuma, y llegaran a justificar esta represión indicando que se trataba de una maniobra de la derecha. Asombra también el hecho de que no se haya juzgado la acción de la masacre a los Awas en Colombia, hechas por la guerrilla de ese país y en el marco de la guerra civil, como un crimen de lesa humanidad y de genocidio étnico, y que esta masacre haya pasado como un evento más de la violencia de ese país. Asombra que las persecuciones a líderes campesinos en Venezuela estén ocultas en un espeso manto ideológico de una falsa confrontación derecha-izquierda.
De otra parte, apena la circunstancia que los discursos y prácticas emancipatorias, como aquellas contenidas en la plurinacionalidad del Estado y en el Sumak Kawsay, ahora sean parte legitimante de los nuevos discursos de poder. En efecto, en la Estrategia de Asistencia País 2010-2011, del Banco Mundial para Bolivia, propuesto y estructurado para apoyar al gobierno plurinacional de Bolivia con su anuencia y complicidad, las recurrencias al Buen Vivir sean para justificar y legitimar al modelo extractivo.
Llama la atención que los cambios constitucionales realizados en la región sean vistos como puntos de llegada de procesos históricos, cuando consolidan y ratifican al liberalismo político y económico, y clausuran las propuestas libertarias de los pueblos. Sin embargo, es alarmante la forma por la cual se está cerrando el debate, la crítica y la discusión en la izquierda del continente.
La izquierda crítica, radical, iconoclasta con los discursos de poder, ahora ha arriado sus banderas de la crítica social e intenta justificar lo imposible. Esa izquierda que apoya, suscribe y adscribe a los proyectos políticos de los denominados gobiernos progresistas, se está convirtiendo en un dispositivo estratégico del poder para cerrar los horizontes de posibles históricos y permitir la transición hacia el posneoliberalismo.
Resulta que ahora no hay cómo ser críticos con las derivas que están asumiendo estos gobiernos progresistas, porque esbozar una crítica es “hacerle el juego a la derecha”, esto es tan evidente que llega a ser dramático en el caso de Venezuela, Ecuador y Bolivia. Y claro, al otro lado de la orilla obviamente está una derecha oligárquica y retrógrada que cumple muy bien con su rol de espantapájaros.
Mientras guardamos, como decían los estudiantes en Córdoba, un silencio bastante parecido a la complicidad, el continente entero está girando hacia el posneoliberalismo. Una transición que habría sido traumática si hubiese sido efectuada por gobiernos abiertamente neoliberales, pero que se produce sin mayores tensiones gracias a los gobiernos posneoliberales. Una entrada en el posneoliberalismo en el que las burguesías de la región acentuarán los procesos extractivistas, productivistas, y de privatización territorial y criminalización social, y pondrán la región a tono con las derivas y exigencias de la globalización; y todo a ritmo del “socialismo del siglo XXI”.
- Pablo Dávalos es economista y profesor universitario ecuatoriano.
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Yo Firmo
Hace 17 años
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